Miradas Imposibles
Llegó
a New York al mediodía. Tomó el taxi hasta Elmon y se bajó frente a una
pizzería, cerca de Guido´s Dell. No deseaba llegar a casa de su tía y sentarse
a la mesa. Siempre que venía a ver la tía llegaba a esa pizzería, sin embargo,
no le gustaba tanto las ìzzas como el “Shrim Pasta Dish” un plato de tallarines
con camarones cubiertos con una salsa exquisita. Se sentó en una mesa cerca de
la puerta, frente a la ventana de cristal que daba a la calle. Hizo el pedido y
se quedó mirando la calle vacía, tan vacía como no la había visto en otras
ocasiones. Pasó una chica y luego se paró frente a ella un joven vestido con
traje, pantalón y corbata azul. Un sombrero de paño de alas cortas dejaba ver
muy poco de sus cabellos negros. El joven sacó del bolsillo de su camisa blanca
una caja de cigarro. Sacó uno y se lo puso en los labios. Se palpó los
bolsillos como buscando un mechero o una caja de cerilla. Al final, volvió el
cigarro a su caja y después de mirarla unos segundos, se marchó. Todo el tiempo
que permaneció en el local no se le quitaba de la mente aquel joven. Ella lo
había visto irresistiblemente bello con sus labios pidiendo un beso, su piel,
pero sobre todos aquellos ojos negros y su seductora mirada. Pensó que era una
tonta, porque era probable que no la mirara a ella. Sí, hay ocasiones que
miramos pero no vemos. Es cuando tenemos la mente ocupada y entonces no recibe
lo que los ojos transmiten.
Hacía
dos días que había visto aquel joven desconocido y todavía lo tenía en la
mente. ¿Por qué? Se preguntaba. Ahora iba con su tía al Central Park de
Manhattan. Sonreía pensando que era una de los treinta y siete de millones y
medio de visitantes al año. Le gustaba sobre todo pasear por el Victorian
Gardens y disfrutar de sus hermosas flores.
La
tía le sugirió descansar después de haber andado cerca de dos horas por varios
lugares del parque. Se dirigieron a un área verde y desplegaron un pequeño
mantel sobre el que situaron bocadillos, refrescos, papas fritas y otros
aperitivos que habían traído de la casa. De pronto reconoció al chico que había
visto en la pizzería. Pasaba cerca de ellas, apuesto e impecable como cuando lo
vio la primera vez. Se detuvo un momento y dirigió la mirada hacia ella. Luego
continuó caminando hasta perderse detrás de unos árboles. Todo ese tiempo ella
lo siguió con la vista.
–¿Qué
miras? –le preguntó su acompañante.
–Nada,
es que me pareció ver a un conocido – contestó ella. No le quiso decir que
había visto aquel joven interesante que la había hipnotizado con su mirada.
Una
noche antes de regresar a su casa, comenzaron a recordar su niñez.
–Espera
voy atraer el álbum de fotos.
A
los pocos segundos se sentaron junto a la mesa del comedor y la tía comenzó a pasar las hojas.
–Recuerdo
tía, este momento. ¡Qué joven era! Tú me habías ido a buscar al Cole para
llevarme a la feria del pueblo.
–Aquí
estás sobrina con aquel chico que te gustaba tanto.
–Sí,
me tiraste la foto sin yo saberlo. Ja ja ja
–Esta
foto es con Liz, la vecina. Buena mujer. Te la hubiera presentado pero se ha
ido de vacaciones para Canadá. Ésta otra foto es en el cumpleaños de ella.
–¡Espera
tía! Conozco a este chico. ¿Sabes una cosa? Creo que le gusto porque lo he
visto dos veces y me mira con una insistencia que me derrite. ¿Recuerdas en el
Central Park que me preguntaste qué miraba? Pues era ese chico y no quise decirte
nada porque me daba vergüenza.
–¡Qué
casualidad! ¿Recuerdas cuando viniste con tu difunta madre y nos hizo una foto
en tu pizzería preferida? Él vio la foto y me dijo que eras muy hermosa que
cuando vinieras la próxima vez te presentara.
–¡ Pues vamos!¡No perdamos tiempo! ¡Estoy
loca por conocerlo!
–¡Es
imposible!
–¿Está
casado? ¿Tiene pareja? ¡Me lo imaginaba! Últimamente cuando me gusta un hombre
o está casado o es gay
–Es
el hijo de Liz. No te lo puedo presentar porque murió en las Torres Gemelas.
Autor:
Pedro Celestino Fernandez Arregui
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