A Toda Máquina
–¡Capitán, niebla a proa!
–¡Reduzca la velocidad!
–¡No responde el mando!
–¡Llama al cuarto de máquinas y que
reduzcan la velocidad!
–¡No contestan! Voy a ver lo que sucede.
El Primer oficial se dirigió al cuarto de
máquinas apresuradamente. Bajó las escaleras y se sorprendió al no ver a nadie.
Caminó unos pasos por entre los dos potentes motores y se encontró con un
mecánico tendido en el suelo. Lo movió con la punta del pie y no se movió. Le
cogió el brazo y le tomó las pulsaciones. ¡Estaba muerto! Recorrió todo el
cuarto de máquinas y todos, estaban muertos. Salió horrorizado y fue
directamente al Puente de Mando. ¡El Capitán estaba muerto! Miró hacia la proa
y observó como el buque entraba en una niebla espesa. Se dirigió con dificultad
a las habitaciones de los tripulantes y a pesar de la escasa visibilidad, se
dio cuenta que todos estaban muertos.
El barco navegaba a toda máquina por entre
la niebla espesa y el único sobreviviente se encontraba en un pasillo sentado
en el suelo. Tenía miedo. ¿Qué es lo que ha pasado?
De pronto recordó que dentro de treinta
minutos llegarían a puerto. ¡Tenía que hacer algo! Corrió nuevamente al Puente
de Mando. Con fuerza trató inútilmente de hacer girar el timón para cambiar el
rumbo del buque, pero no respondía. Regresó al cuarto de máquinas. Tenía que
apagar los motores. Cerró las llaves del combustible y se sentó sofocado, en el
primer escalón de la escalera de salida. Sabía que cuando se terminara el
combustible de la las tuberías y filtros, el motor se pararía y el barco se
iría deteniendo paulatinamente. Los minutos pasaban y el barco seguía navegando
a toda máquina. Miró por la escotilla y vio que la niebla se había disipado y
la costa estaba próxima. Era imposible que los motores siguieran funcionando.
Ni el reversible ni las válvulas de descompresión funcionaban. Cada vez más
cerca la ciudad. Él podía salvarse tirándose al mar, pero la carga explosiva
del buque destruiría la mitad de la ciudad
y la muerte de miles de inocentes. ¿Qué hacer? Llamaría por radio para alertar
sobre la gravedad de lo que estaba ocurriendo. Subió de nuevo y comenzó a
llamar por el radio. ¡Nada! ¡No funcionaba! Recostó su cabeza sobre el panel de
mando. Esperando lo peor, comenzó a llorar como un niño. De pronto, sitió que
los motores disminuían la velocidad y escuchó la voz del Capitán que le decía.
–¡Ordena ocupar los puestos de maniobra
para el atraque!
No dijo nada. Cumplió la orden y comenzó
la maniobra. El barco, suavemente se arrimaba al muelle. Los cabos se
afianzaban a los bolardos y acto seguido, los motores se apagaron.
Ese día llegó a la casa, cansado y
confundido. ¡Era tan real lo que había visto! No tenía nada de comer. La nevera
vacía y casi todo caducado. Había estado seis meses navegando y atracado en
varios puertos. Salió a la calle y se fue a un restaurant cercano. No era gran
cosa, pero no tenía deseos de caminar lejos y tenía hambre.
Pidió una Lubina a la sal y ensalada. Fijó
su vista en el televisor y estaban dando una noticia que lo horrorizó. Un barco
con carga explosiva había impactado contra el muelle de un puerto en Asia. Se
veían las llamas y los muertos por doquier. Comenzó a llorar como un niño. El
mesero le preguntó si podía ayudarlo y señaló con el dedo al televisor.
–
¡Ah, sí! Eso ocurrió hace una hora
aproximadamente. ¡Pasan cada cosas en este mundo! Vamos, cene que la Lubina
está exquisita.
Autor:
Pedro Celestino Fernández Arregui