lunes, 15 de julio de 2019

A Toda Máquina



                                          
                                              A Toda Máquina

–¡Capitán, niebla a proa!
–¡Reduzca la velocidad!
–¡No responde el mando!
–¡Llama al cuarto de máquinas y que reduzcan la velocidad!
–¡No contestan! Voy a ver lo que sucede.
El Primer oficial se dirigió al cuarto de máquinas apresuradamente. Bajó las escaleras y se sorprendió al no ver a nadie. Caminó unos pasos por entre los dos potentes motores y se encontró con un mecánico tendido en el suelo. Lo movió con la punta del pie y no se movió. Le cogió el brazo y le tomó las pulsaciones. ¡Estaba muerto! Recorrió todo el cuarto de máquinas y todos, estaban muertos. Salió horrorizado y fue directamente al Puente de Mando. ¡El Capitán estaba muerto! Miró hacia la proa y observó como el buque entraba en una niebla espesa. Se dirigió con dificultad a las habitaciones de los tripulantes y a pesar de la escasa visibilidad, se dio cuenta que todos estaban muertos.
El barco navegaba a toda máquina por entre la niebla espesa y el único sobreviviente se encontraba en un pasillo sentado en el suelo. Tenía miedo. ¿Qué es lo que ha pasado?
De pronto recordó que dentro de treinta minutos llegarían a puerto. ¡Tenía que hacer algo! Corrió nuevamente al Puente de Mando. Con fuerza trató inútilmente de hacer girar el timón para cambiar el rumbo del buque, pero no respondía. Regresó al cuarto de máquinas. Tenía que apagar los motores. Cerró las llaves del combustible y se sentó sofocado, en el primer escalón de la escalera de salida. Sabía que cuando se terminara el combustible de la las tuberías y filtros, el motor se pararía y el barco se iría deteniendo paulatinamente. Los minutos pasaban y el barco seguía navegando a toda máquina. Miró por la escotilla y vio que la niebla se había disipado y la costa estaba próxima. Era imposible que los motores siguieran funcionando. Ni el reversible ni las válvulas de descompresión funcionaban. Cada vez más cerca la ciudad. Él podía salvarse tirándose al mar, pero la carga explosiva del buque  destruiría la mitad de la ciudad y la muerte de miles de inocentes. ¿Qué hacer? Llamaría por radio para alertar sobre la gravedad de lo que estaba ocurriendo. Subió de nuevo y comenzó a llamar por el radio. ¡Nada! ¡No funcionaba! Recostó su cabeza sobre el panel de mando. Esperando lo peor, comenzó a llorar como un niño. De pronto, sitió que los motores disminuían la velocidad y escuchó la voz del Capitán que le decía.
–¡Ordena ocupar los puestos de maniobra para el atraque!
No dijo nada. Cumplió la orden y comenzó la maniobra. El barco, suavemente se arrimaba al muelle. Los cabos se afianzaban a los bolardos y acto seguido, los motores se apagaron.

Ese día llegó a la casa, cansado y confundido. ¡Era tan real lo que había visto! No tenía nada de comer. La nevera vacía y casi todo caducado. Había estado seis meses navegando y atracado en varios puertos. Salió a la calle y se fue a un restaurant cercano. No era gran cosa, pero no tenía deseos de caminar lejos y tenía hambre.
Pidió una Lubina a la sal y ensalada. Fijó su vista en el televisor y estaban dando una noticia que lo horrorizó. Un barco con carga explosiva había impactado contra el muelle de un puerto en Asia. Se veían las llamas y los muertos por doquier. Comenzó a llorar como un niño. El mesero le preguntó si podía ayudarlo y señaló con el dedo al televisor.
        ¡Ah, sí! Eso ocurrió hace una hora aproximadamente. ¡Pasan cada cosas en este mundo! Vamos, cene que la Lubina está exquisita.


Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui