sábado, 18 de mayo de 2019

La Cueva del Indio


                                    
                                            La Cueva del Indio

Dicen que mucho antes de la fundación de Nueva Gerona, Isla de Pinos, vivían varias familias de colonos españoles. Una de esas familias la integraban Doña Mercedes Azaria y Don Constantino Rubio. Se habían comprometido en Andalucía y se unieron en contra de la voluntad de sus familias por lo que siempre estuvieron buscando un lugar tranquilo donde vivir y así llegaron a descubrir la apacible, solitaria y bella Evangelista, o sea, la Colonia Reina Amalia (Isla de Pinos). Por su largo peregrinar, no habían decidido tener descendiente hasta que en esta Isla nació José Rubio Azaria.
Desde que comenzó a andar, Pepito sorprendía a sus padres con su gran imaginación. A los siete años, era todo un ejemplo de imaginación y fantasía. En todo, veía figuras y por todas partes hablaba con personajes invisibles. Esta conducta molestaba a los padres, pero llegaron a asumirla como una enfermedad mental de su hijo.
Un día, Pepito salió como de costumbre a recoger mangos, a unas decenas de metros de su vivienda, cuando vio una hermosa mariposa. La seguía mientras hablaba con ella y sin darse cuenta se alejó demasiado de su casa. Quiso volver y no encontraba el camino de regreso. Comenzó a andar por aquel bosque inmenso de Pinos hasta salir a un pequeño espacio libre de árboles donde pastaba un toro. Cuando el animal lo vio, se puso furioso y fue hacia él. Pepito se asustó y comenzó a correr cuando tropezó con una piedra y al caer, se dio un fuerte golpe con el tronco de un árbol, provocándole una herida y perdiendo el conocimiento. No pudo ver como aquel toro caía al suelo muy cerca de su cuerpo. Alguien le había lanzado una honda, confeccionada con bejucos y dos piedras, envolviendo las patas traseras del animal y derribándolo.
Cuando Pepito abrió sus ojos, pudo ver que se encontraba en una cueva sumida en penumbra. Estaba oscureciendo y le pareció ver una figura haciendo algo con dos finos   palos atados y haciendo girar un tercero apoyado entre ambos hasta que comenzó a salir humo y después una pequeña llama. Cuando se volteó, el niño quedó impresionado por aquel personaje. Nuca había visto una persona casi sin vestimenta, la piel cobriza y un pelo lacio y negro.
El hombre no hablaba. Trajo en sus manos unas hierbas y se la ató a la cabeza con una tira de hoja de palma, en la herida. Después puso al fuego un pájaro grande.
Sin embargo, aquel hombre no le producía temor, al contrario, le simpatizaba. Al día siguiente, Pepito comenzó a hacerle preguntas, pero él no entendía.
Al siguiente día, aquel señor le fue dibujando con una varilla, en el suelo de la caverna, distintas figuras que Pepito imaginaba era la historia de aquel hombre. Por la tarde, casi oscureciendo, el hombre le hizo seña para que lo siguiera y lo llevó hasta la casa. Cuando se dio cuenta, el hombre había desaparecido.
Grande fue la sorpresa de Constantino y Mercedes cuando llegó su hijo. Éste le contó lo sucedido. Imposible que pudieran aceptar la historia de su hijo. Según su descripción, su salvador era un indio y jamás había escuchado sobre la presencia de indios en ese territorio después del descubrimiento por Cristóbal Colón. No cabía dudas que la imaginación de su hijo había ido demasiado lejos. Constantino se planteaba varias preguntas: ¿Quién había atendido a su hijo? ¿En cuál cueva habitaría? ¿Sería un prófugo de la Corona? ¿Sería un pirata? Lo cierto es que su hijo fue curado y alimentado por alguien. ¡Exploraría toda la Sierra hasta encontrar esa cueva!
Al cuarto día encontró una cueva que tenía todas las características de la citada por su hijo. Encontró huesos de animales y de una persona, semicubiertos de tierra, conchas, caracoles y varios objetos confeccionados artesanalmente. Cenizas, madera con rastro de fuego y en una parte del piso varios dibujos realizados en la tierra. Sí, en ese lugar había vivido alguien y tenía que haber sido un indio, pero las huellas y objetos encontrados correspondían quizás, a más de trescientos años.
Pepito siempre decía la Cueva del Indio cada vez que mencionaba ese lugar y con el tiempo se quedó con ese nombre., hasta el día de hoy.

Pedro Celestino Fernández Arregui




Dirty Glen


                                                  
                                                 Dirty Glen

Otoŋ vivía cerca del lago Chad, en Camerún. Desde niña hacia las labores como cualquier mujer adulta de la tribu a la cual pertenecía. Se destacaba entre las demás niñas, por su inteligencia y fortaleza física. Su pueblo tenía la creencia que por estar lejos de la costa y en lugar de difícil acceso, no caerían en manos de los comerciantes de esclavos, sin embargo, una noche fueron sorprendidos por una turba procedentes del oeste y capturados la mayoría de ellos.
Después de una selección, cerca de 50 fueron vendidos a un magnate español que los embarcó rumbo a Cuba. A mitad del atlántico, el barco fue interceptado y abordado por una fragata corsaria. Se llevaron a todos los esclavos, entre ellos Oton.
En Jamaica vendieron a todos menos a cinco mujeres jóvenes con la idea de satisfacer las apetencias sexuales de los marineros, los cuales utilizaban el látigo y dolorosas torturas a aquellas que se resistían. Sin embargo, una de ellas, era sumisa y se dejaba poseer sin ninguna dificultad. Todos hacían el amor con ella y había días que mas de doce corsarios tenían sexo con ella en poco tiempo. Por tal motivo se ganó el mote de Dirty Glen (Cañada sucia). Esa joven era, Oton.
Por sus bondades sexuales, ella era la única que se paseaba por todo el barco y se pasaba mas de una hora en el despacho del Capitán.
Un día el barco entró en una amplia bahía en el sur de La Evangelista para abastecerse de madera, agua y alimentos. Por la noche, la tripulación dormía después de una jornada agotadora. Sólo quedaba un vigía que era relevado cada tres horas.
Oton salió silenciosa de la bodega y fue directo, sin ser vista por el hombre de guardia, a la santabárbara, cogió un barril de pólvora y fue haciendo un zigzag desde la escalera hasta los barriles con la idea de que le diera tiempo salir del barco. Una vez, en la puerta de cubierta le prendió fuego al camino de pólvora que convertiría al barco, en breves segundos, en un infierno. Se quitó el vestido y completamente desnuda salió corriendo y se lanzó al agua. Nada vigorosamente para alejarse lo ms posible del navío.
El vigía había sentido caer algo al agua, pero por mucho que observó le fue imposible detectar a la joven que ya se encontraba a una distancia prudencial.
De pronto, una gran explosión iluminó el cielo y los trozos de maderas volaban en todas direcciones. Se detuvo y miró hacia atrás para ver como se hundía aquella goleta llena de cadáveres que había sido durante varios meses su infierno.
Mientras nadaba hacia la costa invocaba a sus Dioses para que le perdonara por la muerte de las otras cuatro mujeres.
Cuando llegó a la playa se tendió en la arena un momento a descansar. Apenas había transcurrido unos minutos se incorporó y comenzó a correr en dirección a la colina que había divisado por el día y que sabía como orientarse por las estrellas para llegar a ella.
Pasado el tiempo un moreno que trasladaba ganado vio una pequeña choza de paja junto a las rocas de la montaña. Se sorprendió al ver cubierta con hojas de palmas a una mujer de su mismo color. Ella se despertó y se asustó, pero él la supo calmar con ademanes y sonrisas. A partir de ese momento, el joven le traía alimentos y le fue enseñando palabras de ese idioma desconocido para ella.
Una vez que pudieron comunicarse por medio de palabras, cada uno contó su historia. El joven se llamaba Manuel. Era esclavo e hijo de esclavo y no la podría llevar con él, porque pasaría a propiedad de su amo. Durante muchos años se amaron en secreto y tuvieron una hija.
Una mañana regresaba contento para darle la noticia a Oton de la abolición de la esclavitud, cuando escuchó un llanto. Al llegar al bohío se encontró a su amada muerta.
¡Había nacido libre y murió libre!

Los ganaderos nombrar a ese lugar como La Cañada Real por ser el paso del ganado. Nadie sabe que en algún lugar de esa Sierra se encuentran los restos de otra Cañada, La Cañada Sucia (Dirty Glen).


Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui