La Cueva
del Indio
Dicen
que mucho antes de la fundación de Nueva Gerona, Isla de Pinos, vivían varias
familias de colonos españoles. Una de esas familias la integraban Doña Mercedes
Azaria y Don Constantino Rubio. Se habían comprometido en Andalucía y se
unieron en contra de la voluntad de sus familias por lo que siempre estuvieron
buscando un lugar tranquilo donde vivir y así llegaron a descubrir la apacible,
solitaria y bella Evangelista, o sea, la Colonia Reina Amalia (Isla de Pinos).
Por su largo peregrinar, no habían decidido tener descendiente hasta que en
esta Isla nació José Rubio Azaria.
Desde
que comenzó a andar, Pepito sorprendía a sus padres con su gran imaginación. A
los siete años, era todo un ejemplo de imaginación y fantasía. En todo, veía
figuras y por todas partes hablaba con personajes invisibles. Esta conducta
molestaba a los padres, pero llegaron a asumirla como una enfermedad mental de
su hijo.
Un
día, Pepito salió como de costumbre a recoger mangos, a unas decenas de metros
de su vivienda, cuando vio una hermosa mariposa. La seguía mientras hablaba con
ella y sin darse cuenta se alejó demasiado de su casa. Quiso volver y no
encontraba el camino de regreso. Comenzó a andar por aquel bosque inmenso de
Pinos hasta salir a un pequeño espacio libre de árboles donde pastaba un toro.
Cuando el animal lo vio, se puso furioso y fue hacia él. Pepito se asustó y
comenzó a correr cuando tropezó con una piedra y al caer, se dio un fuerte
golpe con el tronco de un árbol, provocándole una herida y perdiendo el
conocimiento. No pudo ver como aquel toro caía al suelo muy cerca de su cuerpo.
Alguien le había lanzado una honda, confeccionada con bejucos y dos piedras,
envolviendo las patas traseras del animal y derribándolo.
Cuando
Pepito abrió sus ojos, pudo ver que se encontraba en una cueva sumida en
penumbra. Estaba oscureciendo y le pareció ver una figura haciendo algo con dos
finos palos atados y haciendo girar un
tercero apoyado entre ambos hasta que comenzó a salir humo y después una
pequeña llama. Cuando se volteó, el niño quedó impresionado por aquel
personaje. Nuca había visto una persona casi sin vestimenta, la piel cobriza y
un pelo lacio y negro.
El
hombre no hablaba. Trajo en sus manos unas hierbas y se la ató a la cabeza con
una tira de hoja de palma, en la herida. Después puso al fuego un pájaro
grande.
Sin
embargo, aquel hombre no le producía temor, al contrario, le simpatizaba. Al
día siguiente, Pepito comenzó a hacerle preguntas, pero él no entendía.
Al
siguiente día, aquel señor le fue dibujando con una varilla, en el suelo de la
caverna, distintas figuras que Pepito imaginaba era la historia de aquel
hombre. Por la tarde, casi oscureciendo, el hombre le hizo seña para que lo
siguiera y lo llevó hasta la casa. Cuando se dio cuenta, el hombre había
desaparecido.
Grande
fue la sorpresa de Constantino y Mercedes cuando llegó su hijo. Éste le contó
lo sucedido. Imposible que pudieran aceptar la historia de su hijo. Según su
descripción, su salvador era un indio y jamás había escuchado sobre la
presencia de indios en ese territorio después del descubrimiento por Cristóbal
Colón. No cabía dudas que la imaginación de su hijo había ido demasiado lejos.
Constantino se planteaba varias preguntas: ¿Quién había atendido a su hijo? ¿En
cuál cueva habitaría? ¿Sería un prófugo de la Corona? ¿Sería un pirata? Lo
cierto es que su hijo fue curado y alimentado por alguien. ¡Exploraría toda la
Sierra hasta encontrar esa cueva!
Al
cuarto día encontró una cueva que tenía todas las características de la citada
por su hijo. Encontró huesos de animales y de una persona, semicubiertos de
tierra, conchas, caracoles y varios objetos confeccionados artesanalmente.
Cenizas, madera con rastro de fuego y en una parte del piso varios dibujos
realizados en la tierra. Sí, en ese lugar había vivido alguien y tenía que
haber sido un indio, pero las huellas y objetos encontrados correspondían
quizás, a más de trescientos años.
Pepito
siempre decía la Cueva del Indio cada vez que mencionaba ese lugar y con el
tiempo se quedó con ese nombre., hasta el día de hoy.
Pedro
Celestino Fernández Arregui
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