domingo, 9 de junio de 2019

El Destino del Cofre


                      


                                     El Destino del Cofre

Nadie sabía nada de aquel hombre. Los rumores más escuchados se referían a él como un español preso y que había sido liberado para formar parte de una embarcación que llegó a La Habana cargado de hombres para colonizar la Isla. Los vecinos del caserío de Batabanó comentaban que era un hombre muy malo, sin escrúpulo. Lo había demostrado en varias ocasiones abusando de los más débiles, pero sobre todo con su mujer e hijo. Las palizas propinadas a la mujer, estando embarazada, dicen que fue la causa para que Sebastián saliera con ciertos problemas mentales. Don Manuel no sabía que su hijo no hablaba y no se dio cuenta hasta que este llego a cumplir cinco años. Montó en cólera porque su mujer se lo había ocultado y sin pensarlo contrató a dos delincuentes para que se llevaran a la madre con su hijo para un lugar apartado de la Colonia Reina Amalia. Había escogido ese lugar porque sabía que esa isla se encontraba casi abandonada y les iba a ser difícil su supervivencia. Les dijo que cuando cumplieran con su trabajo les pagaba, pero tenía un plan perfecto para asesinarlos cuando regresaran. Su plan se cumplió y declaró a las autoridades que los delincuentes intentaron robarle.
Los sicarios, al divisar la Sierra de Casas, se dirigieron al oeste, dejaron su carga humana en la desembocadura de Río Del Medio y regresaron para caer en las garras del asesino que los había contratado.
Madre e hijo quedaron solos en un terreno desconocido y sin abrigos ni alimentos. ¡Era difícil que sobrevivieran! Aquella mujer llena de heridas, contusiones y huesos rotos causados por Manuel no le permitía andar y el pobre niño se refugiaba en los brazos de su madre buscando protección.

–¡Ustedes dos! ¡Cojan el cofre y llévenlo para el bote! Recuerden llevar las herramientas.
Los hombres cumplieron con el mandato del Capitán bajo las miradas desconfiadas de la tripulación.
Una vez en tierra comenzaron a cavar. La tierra era blanda y por eso terminaron pronto la faena. Depositaron en el fondo del agujero el pesado cofre y acto seguido cayeron tendidos sobre él a recibir sendos fogonazos salidos de la pistola empuñada por el Capitán. Le pareció oír un pequeño ruido en el bosque, pero lo atribuyó a animales salvajes. Éste cubrió los cadáveres y el cofre. Una vez en el bote, lanzó las palas al agua y diría a sus hombres que feroces cocodrilos habían terminados con las vidas de sus compañeros y por suerte, pudo escapar.

Matías era un pobre hombre que vivía solo en una choza construida de hierbas en un paraje solitario. En las solitarias noches amenizadas con los cantos de las aves nocturnas y los insectos, recordaba con lágrimas en los ojos, su triste pasado. Recordaba su trabajo como agricultor en los terrenos del Conde Torrevieja. Recordaba aquella sequía en la que no pudo pagar el diezmo y le quemaron su hogar con su mujer y dos hijos dentro. Recordaba las peripecias realizadas para venir de polizonte en un barco y luego a trabajar forzado cuando fue descubierto. Logró llegar a la Colonia Reina Amalia con el único deseo de pasar sus últimos años de su vida acompañado de sus recuerdos en plena naturaleza.
Esa mañana salió a revisar las trampas que tenía en distintos lugares y la jaula para capturar peces. Faltaba pocos metros para llegar al río cuando vio un bulto extraño como de un animal. Se quedó pasmado cuando pudo ver que se trataba de un niño abrazado al cuerpo inerte de su madre. A su mente acudieron los recuerdos de su mujer e hijos. El niño al oír los pasos del hombre se asustó y temblaba como un animalito indefenso. Con dulces palabras logró calmarlo y ante los ojos llenos de lágrimas del pequeño, abrió como pudo un hueco en la tierra para enterrar a la mujer. Fue hasta el río y sacó los peces de la jaula. Había aprendido a hacer fuego como los indios y preparó la cena a base de pescado asado. Después de comer el niño le hizo señas a Matías para que lo siguiera y le enseñó un lugar en el suelo donde había señales de tierra removida.

–Señor Gutiérrez, tengo el gusto de comunicarle que su hijo ha aprobado todos los exámenes con la máxima puntuación. Le recomiendo lo lleve a la Madre Patria y lo matricule en una Universidad.
–¡Gracias! Este mes lo llevaré.

Apenas podía andar. Dos sirvientes lo transportaban en una silla y lo situaban en la primera fila del Teatro. Los premios se iban repartiendo.
–El Premio Especial es para el Doctor en Física, el Señor Matia Gutiérrez Gutiérrez.
Los aplausos retumbaron en todo el recinto y Matia no podía contener sus lágrimas.
El recién graduado Doctor, tomó su trofeo, bajo del escenario y se dirigió al anciano. Le entregó el trofeo y lo abrazó con el mismo emotivo de los abrazos.


Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui



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