UNA HISTORIA DE PENAS Y AMOR
Apenas había llegado con un
sexto grado y un día leí un escrito de José Martí que decía: “Ser culto para
ser libre” y fue entonces que decidí, no ser muy culto, pero sí lo
suficientemente libre. Comencé a estudiar en mis pocos momentos libres, física
y matemáticas. Dos asignaturas que me abrieron las puertas para salir adelante.
No llegué a ser un universitario. No lo necesitaba. Necesitaba abrirme camino
en un país que iba conociendo y reconocía mis esfuerzos por integrarme a su
sociedad.
Llegó el momento en que aquel
muchacho de catorce años, llegado desde España, se había convertido en un
hombre capaz de salir adelante.
Mientras trabajaba en el puesto de fogonero en
una fábrica, pensaba en convertirme en un hombre independiente, un autónomo.
Resolvía todos los problemas que se producían en aquella fábrica de preparación
y envase de langosta y bonito, desde la solución a las roturas de las máquinas
hasta las neveras. De ese modo era bien
remunerado y considerado por los dueños.
Poco tiempo después, ya
casado, compré un chasis de un camión que un amigo lo llevó hasta un solar
vacío. Salía del trabajo e íbamos, mi esposa y yo, a limpiar, engrasar y pintar
aquel chasis, alumbrados con faroles hasta altas horas de la noche. Pasaron
varios meses y había nacido, de aquellos hierros herrumbrosos, un hermoso
camión.
Dejé de trabajar en la fábrica
y logré que me contrataran para trasladar cajas de frutas desde una nave donde
la envasaban hasta la terminal marítima. Además de eso, cuando no había frutas
me dedicaba a reparar las esteras y otras máquinas de dicha nave. Por supuesto
que esto generó confianza y apoyo por parte del dueño.
Un día le manifesté al dueño
del Packin House, como le llaman todos a esa nave, mi intención de hacer obras
por mi cuenta. No solo aceptó, sino también me ayudó en créditos y materiales.
Fue así, como comencé mi etapa de constructor.
Primero, recomendado por dicho dueño y después, por los éxitos obtenidos en mi
trabajo.
Tenía una brigada de cuatro o cinco hombres y
comencé a comprar equipos de construcción como, grúa, hormigoneras, tractor,
elevadores y un camión nuevo. Hice una casa para mí con la idea de seguir
agregando plantas y convertirlo en un motel.
De pronto todo se derrumbó.
Varios de los amigos que me habían ayudado a levantarme, pertenecían a una
Organización que luchaba por derribar al Gobierno. Desconocía eso, pero alguien
me acusó de pertenecer a ese grupo y fui condenado a veinticinco años de
prisión.
Sufrí humillaciones y
maltratos, enfermedades y depresión. Confiscaron todo lo que tenía, menos la
casa donde vivía mi mujer e hija. Todas las noches sentía los disparos que
acababan con la vida de alguien. Los fusilamientos destruían los nervios de
cualquiera. Quizás sufriendo por los que fusilaban o por temor a ser tú el
próximo. Pensé que mi vida terminaría en esas mazmorras de una fortificación
del siglo XVI.
Me llevan a una oficina. Luego de varios
minutos, se presenta un oficial donde me notifica que seré trasladado a una
granja penitenciaria. Reprimí mi alegría por saber que voy a salir de esta
horrenda prisión.
Por primera vez en cuatro años he podido
mirarme a un espejo. No me reconozco. Mis ojos están botados, mis mejillas
están hundidas y la boca sin dientes. Mis nervios están destrozados. Mis manos
tiemblan. Yo que nunca en mi vida he llorado, ahora lloro.
Estoy contento porque por primera vez en cuatro
años podré acariciar las manos de mi mujer y besar a mi hija. En la otra
prisión las había visto, pero por una ventana con rejas que apenas le podía
divisar el rostro y ellas, menos a mí, por la oscuridad reinante.
¡Al fin han llegado! Las
abrazo y lloramos los tres. ¡Tres corazones juntos! Es ahora cuando entiendo
mejor que nunca la importancia de amar a los seres que nos rodean y nos aman.
¡Cómo debe haber sufrido mi hija! Con once años ver como se llevaban a su padre
detenido y todo lo que tenía en el patio, incluso su bicicleta. Considero y
admiro a esos hombres y mujeres que dedican su vida a luchar por la libertad,
sacrificando el amor a la familia.
Ha pasado casi un año. Me he
recuperado algo, aunque la delgadez no es tan extrema, todavía no alcanzo mi
peso. Añoro las visitas y las espero como el niño que espera un caramelo. Me
traen golosinas, me informan de todo lo relacionado con las amistades y familia,
pero lo importante son los besos y abrazos que nos damos. Luego, me siento en
la cama, oculto mi rostro entre las piernas y lloro.
Hoy me liberan. No sé si mi ciudadanía, a la
que nunca he renunciado, ha tenido algo que ver o quizás, como me habían
prometido, en la revisión de mi causa pudieron constatar mi inocencia. He
cumplido cinco años de privación de libertad, veinte menos de lo previsto.
Llego a la casa. He venido acompañado por un
militar. Las reglas son claras. Prisión domiciliaria por un año. Puedo ir del
trabajo a la casa.
La emoción es indescriptible.
Recorro la casa, ahora casi vacía porque mi esposa ha tenido que vender muchas
cosas para sobrevivir. Todo lo veo tan distinto. Los árboles tienen las hojas
mas verdes y las flores del jardín las veo hermosas. Salto al escuchar algún
ruido y observo las puertas cada cinco minutos, pensando que viene un guardia a
regresarme a prisión. Nunca en mi vida he acariciado y besado tanto a mi hija.
Reconozco que aunque la complacía en casi todo, no le había dado el cariño que
necesitaba.
Estoy trabajando en un taller recuperando
piezas. Estoy contento y soy considerado por mi labor. Muchas veces me voy a
pescar truchas e imparto clases de mecánicas a algunos jóvenes. La vida me ha
cambiado. No puedo decir si me ha cambiado para mal o para bien, pero me ha cambiado.
He podido constatar lo que es la felicidad. No es feliz aquel que mas logros y
comodidad tiene sino, aquel sabe apreciar la importancia del amor.
Pcfa