Así fue la Emboscada
Varios hombres se desplazan por la jungla a cumplir una misión bélica.
Llegan al borde de la carretera y deciden sentarse unos, acostarse otros y el
que lleva el lanza-cohetes clava en el suelo una horqueta preparada de antemano.
Después se tumba de espalda en la tierra fría, siente en su cuerpo la acaricia
de las hierbas húmedas, y se dedica a contemplar las estrellas. Enciende un
cigarro y aunque apenas distingue el humo que expulsa de sus pulmones logra
observar que está amaneciendo y las estrellas se van desvaneciendo como
anticipo a la llegada de un nuevo día. Por su mente comienzan a pasar pasajes
de su pobre vida en una aldea perdida en la selva. Desde pequeño sabía el arte de cazar
antílopes, gallinas, palomas y defenderse de los animales peligrosos como los
leones, las onzas, los cocodrilos y otros.
Su vida fue transcurriendo pacíficamente hasta que un día llegaron unos
hombres con uniforme y le propusieron que se fuera con ellos. Tendría alimentos
y mucho dinero para comprarles cosas a sus hijos. No lo dudó y de pronto estaba
atrapado en una guerra de la cual desconocía, todo. Solamente tenía que
obedecer órdenes.
Un vehículo
blindando transitaba por la carretera escoltando un camión cargados de
alimentos. En su interior cuatros militares conversaban alegremente sobre
pasajes de sus respectivas vidas en la vida civil. El de mayor edad, alrededor
de los 35 años, comentaba sobre las travesuras de sus hijos de 4 y 6 años, sin
apartar un segundo la vista de la vía.
En la cabina del
camión que los seguía, tres hombres uniformados conversaban, sobre los últimos
combates ocurridos en el frente mientras en la parte posterior, encima de la
carga otros cuatro hombres armados escudriñaban la carretera y la maleza
colindante.
El hombre revisó
nuevamente el arma y el cohete mortal. La caja de cigarros estaba casi vacía.
Echó un vistazo a la carretera en ambas direcciones. Sus amigos de contienda se reían de los
chistes de un hombre pequeño de estatura e intranquilo. Encendió otro cigarro y
recordaba cuando su padre, al cruzar el río, fue alcanzado por un cocodrilo que
luego de clavarles los dientes lo arrastró y sumergió su cuerpo en las oscuras
aguas.
Uno de los
jóvenes que viajaba en el blindado detallaba la belleza de una joven que había
conocido en el pueblo cercano a la Unidad Militar. En los ojos se le reflejaban
los rayos de luces que solamente ven los enamorados. Pediría permiso a sus
superiores para formalizar unas firmes relaciones con ella y lo más probable es
que hubiera boda cuando terminara la guerra.
Los guerreros de
la selva se levantaron rápidamente al escuchar ruidos de motores. A lo lejos se
acercaba un vehículo militar blindado y detrás un camión. El jefe ordenó la
posición de combate y el encargado del lanzacohetes le introdujo el proyectil y
lo apoyó en la horqueta. Los otros se tiraron al suelo y quitaron el seguro a
sus armas.
Estaban en el
kilómetro doscientos cuatro, la zona más peligrosa de la carretera. Todos
conocían las emboscadas realizadas en ese lugar, por el enemigo, y la cantidad de bajas producidas a causa de las minas y los disparos del enemigo. Nadie hablaba, los
vehículos aumentaban la velocidad al máximo, los fusiles apuntaban hacia los
bordes de la carretera listos para abrir fuego. De pronto un cohete de un RPG7
impacta en el blindado y andanadas de proyectiles surcan el espacio con sus
silbidos de muerte. La tanqueta blindada ha quedado inmóvil. Por la escotilla
sale humo negro. El camión después de un largo frenazo ha detenido su marcha.
El jefe de los atacantes va a dar la orden de desvalijar
el camión y rematar a los heridos cuando, ve a lo lejos, un vehículo que se
acerca, piensa:. “Seguramente estos forman parte de una caravana”, y ordena la
retirada. En el campo quedan dos cadáveres mientras el operador del lanzacohetes ha recibido un disparo que le ha ocasionado una herida grave en el
vientre. Se arrastra con dificultad dejando las hierbas aplastadas y pintadas
de sangre. Está confundido, ve borroso las raíces y troncos de los árboles. Le
falta el aire, en su mente va desfilando su aldea y sobre todo su familia al
tiempo que todo se pone negro. Su corazón ha dejado de palpitar.
La ambulancia
llega al lugar. Los sanitarios pisan el suelo asfaltado y caminan hacia los
heridos lentamente por precaución. La escena que ven ante sus ojos es
aterradora. El camión está lleno de orificios de balas y la mercancía que
transportaba, bañada en sangre. Cinco cuerpos inertes desperdigados por la
calzada. En la cabina hay dos cuerpos, uno con la cabeza inclinada hacia afuera, sin vida y otro
quejándose de dolores fuertes en el tórax. Caminaron hasta el blindado. Un
pequeño agujero de menos de diez centímetros en la parte lateral derecha
parecía más una perforación con un soplete de oxicorte que el impacto de un
cohete. En su interior, solo humo, cenizas, hollín y cuatro montículos de
carbón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario