viernes, 23 de agosto de 2013

ASÍ FUE LA EMBOSCADA


           
                                                Así fue la Emboscada

Varios hombres se desplazan  por la jungla a cumplir una misión bélica. Llegan al borde de la carretera y deciden sentarse unos, acostarse otros y el que lleva el lanza-cohetes clava en el suelo una horqueta preparada de antemano. Después se tumba de espalda en la tierra fría, siente en su cuerpo la acaricia de las hierbas húmedas, y se dedica a contemplar las estrellas. Enciende un cigarro y aunque apenas distingue el humo que expulsa de sus pulmones logra observar que está amaneciendo y las estrellas se van desvaneciendo como anticipo a la llegada de un nuevo día. Por su mente comienzan a pasar pasajes de su pobre vida en una aldea perdida en la selva.  Desde pequeño sabía el arte de cazar antílopes, gallinas, palomas y defenderse de los animales peligrosos como los leones, las onzas, los cocodrilos y otros.  Su vida fue transcurriendo pacíficamente hasta que un día llegaron unos hombres con uniforme y le propusieron que se fuera con ellos. Tendría alimentos y mucho dinero para comprarles cosas a sus hijos. No lo dudó y de pronto estaba atrapado en una guerra de la cual desconocía, todo. Solamente tenía que obedecer órdenes.

 Un vehículo blindando transitaba por la carretera escoltando un camión cargados de alimentos. En su interior cuatros militares conversaban alegremente sobre pasajes de sus respectivas vidas en la vida civil. El de mayor edad, alrededor de los 35 años, comentaba sobre las travesuras de sus hijos de 4 y 6 años, sin apartar un segundo la vista de la vía.

 En la cabina del camión que los seguía, tres hombres uniformados conversaban, sobre los últimos combates ocurridos en el frente mientras en la parte posterior, encima de la carga otros cuatro hombres armados escudriñaban la carretera y la maleza colindante.

 El hombre revisó nuevamente el arma y el cohete mortal. La caja de cigarros estaba casi vacía. Echó un vistazo a la carretera en ambas direcciones.  Sus amigos de contienda se reían de los chistes de un hombre pequeño de estatura e intranquilo. Encendió otro cigarro y recordaba cuando su padre, al cruzar el río, fue alcanzado por un cocodrilo que luego de clavarles los dientes lo arrastró y sumergió su cuerpo en las oscuras aguas.

    Uno de los jóvenes que viajaba en el blindado detallaba la belleza de una joven que había conocido en el pueblo cercano a la Unidad Militar. En los ojos se le reflejaban los rayos de luces que solamente ven los enamorados. Pediría permiso a sus superiores para formalizar unas firmes relaciones con ella y lo más probable es que hubiera boda cuando terminara la guerra.

 Los guerreros de la selva se levantaron rápidamente al escuchar ruidos de motores. A lo lejos se acercaba un vehículo militar blindado y detrás un camión. El jefe ordenó la posición de combate y el encargado del lanzacohetes le introdujo el proyectil y lo apoyó en la horqueta. Los otros se tiraron al suelo y quitaron el seguro a sus armas.

  Estaban en el kilómetro doscientos cuatro, la zona más peligrosa de la carretera. Todos conocían las emboscadas realizadas en ese lugar, por el enemigo, y la cantidad de  bajas producidas a causa de las minas y  los disparos del enemigo. Nadie hablaba, los vehículos aumentaban la velocidad al máximo, los fusiles apuntaban hacia los bordes de la carretera listos para abrir fuego. De pronto un cohete de un RPG7 impacta en el blindado y andanadas de proyectiles surcan el espacio con sus silbidos de muerte. La tanqueta blindada ha quedado inmóvil. Por la escotilla sale humo negro. El camión después de un largo frenazo ha detenido su marcha.

El jefe de los atacantes va a dar la orden de desvalijar el camión y rematar a los heridos cuando, ve a lo lejos, un vehículo que se acerca, piensa:. “Seguramente estos forman parte de una caravana”, y ordena la retirada. En el campo quedan dos cadáveres mientras el operador del  lanzacohetes ha recibido un disparo  que le ha ocasionado una herida grave en el vientre. Se arrastra con dificultad dejando las hierbas aplastadas y pintadas de sangre. Está confundido, ve borroso las raíces y troncos de los árboles. Le falta el aire, en su mente va desfilando su aldea y sobre todo su familia al tiempo que todo se pone negro. Su corazón ha dejado de palpitar.

 La ambulancia llega al lugar. Los sanitarios pisan el suelo asfaltado y caminan hacia los heridos lentamente por precaución. La escena que ven ante sus ojos es aterradora. El camión está lleno de orificios de balas y la mercancía que transportaba, bañada en sangre. Cinco cuerpos inertes desperdigados por la calzada. En la cabina hay dos cuerpos, uno con la cabeza  inclinada hacia afuera, sin vida y otro quejándose de dolores fuertes en el tórax. Caminaron hasta el blindado. Un pequeño agujero de menos de diez centímetros en la parte lateral derecha parecía más una perforación con un soplete de oxicorte que el impacto de un cohete. En su interior, solo humo, cenizas, hollín y cuatro montículos de carbón.



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