Streptease
Nos habíamos
conocido en el bar y desde el primer momento, nos gustamos. Ella representaba la belleza, la escultura de una
diosa divina, la simpatía y la alegría. Salimos del bar rumbo a mi apartamento.
Apenas llegamos, seguí el protocolo estipulado para estos casos: un traguito,
música romántica y todo a media luz. Según se vaciaban los vasos nos íbamos
poniendo alegres y el calor aumentaba. Sin esperarlo, me solicitó el cambió de
música, por una ideal para un
streptease. Con la música de fondo, comenzó lentamente a quitarse los zapatos,
la blusa, luego el pantalón, se revolvió el pelo con las dos manos para
reflejar mejor su parte sexy y yo, con la boca abierta, la sangre hirviendo por todas mis venas,
esperaba que se despojara del sostenedor y las bragas. Entonces me estremecí cuando con un gesto
brusco tirando de su cabellera se quitó la cabeza completa y apareció otra
igual a la de Semigola, el del Señor de
los Anillos. Horrorizado salí corriendo del apartamento, tomé el auto y apreté
el acelerador hasta el fondo, desarrollando en poco tiempo demasiada velocidad
en una carrera que finalizó al
empotrarse el auto contra el muro de una obra en construcción.
Ahora estoy en el
hospital psiquiátrico, inquieto nervioso, a pesar de los sedantes, sin dejar de
mirar la puerta de la habitación pensando en el horrible ser del Streptease y
su posible aparición.
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