Pepe Cortés
La noche, en esta ocasión, estaba enfada con las
estrellas y la luna. Les había prohibido que se dejaran ver. Además, se había
confabulado con la niebla para dibujar los paisajes con un halo misterioso y
perturbador.
En una
mísera vivienda, al borde de un camino vecinal, apenas sabían de la noche. La
oscuridad la llevaban dentro de su vida, imposible de disipar con la pobre
lámpara de gasoil, fabricada con una lata de refrescos y un trozo de tela de
algodón. Sombras estáticas, ratones
buscando lo inexistente, la muerte acechando, una madre con un niño en brazo y
un padre con la mirada perdida en la penumbra, era el escenario perfecto para
otro tomo de “Los Miserables”.
Nadie había
ayudado para comprar la medicina que necesitaban para salvar al infante. Unos,
porque tenían los bolsillos llenos de pobreza y hambre y otros porque sus arcas
estaban llenas de desprecio hacia el desposeído, odio a los pobres, egoísmo,
crueldad, indiferencia.
Poco a
poco, el demacrado rostro del padre fue cobrando vida y sus ojos se movían
mientras a sus oídos llegaba el estribillo que muchos comentaban pero él nunca
había escuchado. Sus labios temblaban mientras como un susurro pronunciaba
“Gracias Dios mío, gracias Se
incorporó y casi de un salto llegó a la
desencajada puerta. La abrió para ver en el suelo un pequeño paquete. Lo
recogió y le dijo su mujer: “Manuela, el
chiquillo está salvado. Llegaron las
medicinas”. La mujer pudo, al fin, esbozar una sonrisa.
La noche
era joven. El reloj marcaba las nueve.
En el amplio portal de la hacienda de Don Cosme Milán, dos ganaderos
comentaban los últimos acontecimientos del día anterior: “Dicen que Pepe Cortés
asaltó en pleno día la farmacia de Cifuentes”. El interlocutor del señor Milán
encendió por tercera vez su cachimba y después de lanzar una bocanada de humo,
contestó: “Para mí que ese hijo de mala madre tiene que ser alguien del
ejército o de la policía porque de lo contrario estuviera encarcelado.” Milán
acomodando las gafas en su curva y fea nariz, replicó: “Hace como tres años me
interceptó en el camino a Pozo Redondo. Se llevó todo mi dinero. El muy
degenerado me dijo que era para
comprarle alimentos a un viejo. Vaya bandido mentiroso. Debe tener más plata
que nosotros dos juntos”
En lo
alto de la colina y teniendo de fondo la luna llena, un jinete cantaba en voz
alta:
“Yo robo a cualquier hora
y lo hago con placer
Porqué es para
proteger,
Al que sufre y al que
llora.”
A la miserable vivienda del camino llegó el
estribillo y el padre del niño sonrió. Sabía que otro infeliz había recibido la
visita de Pepe Cortés. Salió al
camino. Observó que la noche tenía un
halo mágico con sus estrellas brillantes como millones de ojos observando un
mundo lleno de desigualdades y gente que luchan por erradicarlas.
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