sábado, 17 de agosto de 2013

"El Collar Chimú"




                                                                         El Collar Chimú                                                                                                                           

   Me encontraba de visita en Castilla-La Mancha, España, concretamente en la hermosa e histórica ciudad de Toledo. La Catedral de Santa María de Toledo o el Monasterio de San Juan de Los Reyes son  algunos de los lugares más  interesantes visitados por los turistas, pero me habían recomendado no dejar de visitar el Alcázar de Toledo. Este antiguo palacio romano, a través de los siglos, estuvo muy ligado a la historia de España, fue destruido durante la guerra civil de este País. Posteriormente reconstruido, alberga desde entonces, la Biblioteca de esta Comunidad Autónoma.

   Este edificio con sus dos cúpulas rematadas por formas puntiagudas cual espadas listas para defenderse de supuestos ataques celestes, es imponente. Entré a uno de sus amplios salones  y como detective me puse a hojear periódicos ingleses impresos  en la década pasada y casualmente encontré con un ejemplar del The Daily Telegraph donde hablaba sobre el hallazgo y devolución  de una pieza arqueológica  procedente del Perú. Fue entonces que acudieron a mi mente la ciudad de Lima y mi paso por la policía londinense.

 Recordaba cuando llegué al Hotel  Llaqta casi a media noche.

̶  Buenas noches. Tengo una habitación reservada a nombre de Francisco Jiménez. 

Dije con voz de cansancio. El recepcionista  me pidió mi pasaporte  rellenó el formulario y me lo dio a firmar.  Me entregó las llaves al tiempo que me decía:

̶ Bienvenido al Hotel Llaqta.  Su habitación. Pase usted una feliz estancia.

  Fui directo a la ducha y me tiré casi desnudo en la cama. El viaje había sido agotador, desde el aeropuerto de Heathrow  haciendo escala en  Amsterdam y Panamá.  Pero a pesar del cansancio estoy complacido  porque estaba muy cerca de poder  ver, con mis propios ojos, el fruto de una  investigación que había realizado, hacía algunos años.

 Llevaba dos años ejerciendo de detective, prácticamente desde mi baja del  Grupo de Homicidio en un distrito de Londres. Tenía por costumbre, desde entonces, acostarme temprano, casi siempre antes de la medianoche.  Apenas me senté en la cama, sonó el teléfono. Descolgué y escuché por el auricular una voz nerviosa.

 ̶  Ha ocurrido un asesinato en la calle Nassau St  número 22.

    El  aparato emisor fue tirado con fuerza  y sentí  golpear mis tímpanos. ¿Sería una broma?

Pudiera ser, pero no soy de los que se quedan indiferente ante lo desconocido. Tomé el auto y telefoneé a mi amigo Clawton, Inspector Jefe del  Distrito donde trabajaba.

   Siempre trabajamos juntos y después de dejar el Cuerpo siempre colaboramos en varios casos. Le expliqué lo de la llamada telefónica y le informé  que me dirigía al lugar.

 Estacioné justo frente a la casa y pude observar desde el auto, la puerta entornada. Me fui acercando despacio y silenciosamente con mi mano derecha en el bolsillo de mi gabardina empuñando mi  Browning 9 milímetro. Caminaba sigilosamente por un pasillo donde a ambos lados habían puertas. Una de ellas abierta completamente. Silenciosamente  fui entrando en la habitación observando todo. A mi derecha había un hombre tendido en el suelo, boca abajo.

      Me incliné, palpé la arteria carótida en el cuello y comprobé que estaba muerto. Después observé toda la habitación. No había señales de que hubiera sido registrada pues no había objetos rotos y todo estaba en orden, pero  en la pared, justo frente al cadáver,  se podía ver una pequeña caja fuerte abierta. Examiné minuciosamente el cuerpo. A simple vista no se veían heridas, contusiones o algo que insinuara una muerte violenta. No había terminado la inspección cuando llegó el Grupo de Homicidio. Le expliqué a  Clawton todo lo que sabía y acordamos hacer las investigaciones por nuestras cuentas y luego intercambiaríamos  la información obtenida.

Lo primero que hice fue interrogar a los vecinos de acuerdo a las anotaciones que había realizado en mi agenda. Estas interrogaciones me condujeron  a la casa de la señora Parken.

Llamé a la puerta y me abrió una señora  de  unos 70 kilos y 160 centímetros más o menos de alto, piel  muy blanca y ojos verdes. Tendría unos 57 años aproximadamente.

  ̶ Buenos días, señora.

  ̶ Diga, ¿Qué desea?

 Le mostré mi carnet de detective privado y le pregunté si podría hacerle algunas preguntas.

̶  No hay inconvenientes. Pase y puede tomar asiento.  Le voy a preparar un té. Ahora vuelvo.

   Sin esperar mi  respuesta, desapareció por una de las puertas de la habitación. Entré y me acomodé en un butacón que estaba en un rincón del salón desde donde podía disfrutar de una excelente vista de toda la habitación. Mientras ella permanecía en la cocina, observaba todo detalladamente. Regresó con una bandeja portando dos tazas  y una tetera hirviendo.  Me sirvió el té y sentándose frente a mí, me dijo sonriente:

 ̶ Usted tiene la palabra. 

Le expliqué   a grandes rasgos  todo lo acontecido y quería saber si me podía ofrecer detalles sobre la vida de la víctima.

̶  Le diré que Sting era muy solitario, no se le conocía amistades, no bebía, no fumaba, era muy amable y respetuoso.  Todos los días iba hasta su casa para cocinarle y una vez a la semana limpiaba la vivienda. Mi hijo le hacía cualquier favor que necesitara como ir al mercado, cambiarle un bombillo, arreglarle una lámpara y otras cosas.

̶  Señora Parken ¿Está su hijo en casa?

̶ Debe llegar en unos minutos. Estudia arqueología en la Universidad.

̶  ¿El señor Sting le había comentado a usted algo preocupante?

̶ No. El apenas conversaba con nadie. Leía muchos libros, revistas, periódicos y veía la televisión. Como seguramente se han percatado, no tenía internet y el teléfono solo lo utilizaba, al parecer,  para llamarme a mí.

La puerta se abrió y entró el hijo de la señora Parken, un joven alto, de aspecto cuidado y rostro simpático.   Después de las presentaciones pertinentes y sin ningún rodeo,  le dije:

̶  Señor  Conrado  ¿Puede decirme algo del señor Sting? ̶  No reflejó en el rostro sorpresa ye inmediatamente desvió su mirada en dirección a la casa del difunto.

-Apenas conversaba  con nadie, leía mucho…

Quiso repetirme lo mismo que me había dicho su madre pero lo detuve.

̶ Sí, ya su madre me ha contado sobre eso pero ¿Hay algún detalle sobre algo o alguien específico que le llamara la atención?

Necesitaba más pista y estaba seguro que el joven podía dármela.

̶ Su interés sobre las noticias arqueológicas. Por tal motivo le pregunté en una ocasión si era arqueólogo, pero no me respondió.

Pude percatar cierto nerviosismo en sus últimas palabras.

̶ Quizás vuelva en otra ocasión a conversar con ustedes. Les doy las gracias por su paciencia y por haberme atendido. Ah, quiero pedirles un favor: Devuelvan la pieza que se encontraba en la caja de caudales.

Les di la espalda y no pude observar la cara de asombro que pusieron la madre y el hijo.                                                                      

  Dos días después, me reuní con Clawton en  Rayos Jazz Café. El primero en hablar fue, él.

̶ Sobre el caso te diré que hoy por la mañana me entregaron un resultado preliminar de la autopsia.  El señor Sting  murió de un ataque al corazón. No fue golpeado ni herido.

  En realidad  sospechaba algo parecido y eso  confirmaba mis sospechas sobre el joven Conrad.

̶  Pero bueno, todo indica que hubo un robo, ¿No? ̶  Inquirí

̶  Tampoco lo sabemos. No hay indicios ni prueba. Las huellas que hay en la casa son únicamente las de la señora Parken y su hijo. Hemos realizado todas las pesquisas necesarias y todos los informen avalan la honestidad de ambos.

̶ Apuró su té y me dijo:

   ̶ Bien amigo, ahora voy a la Sede y después a la Embajada de Perú.

  ̶ ¿Vas a América?                                                                                                                            

̶  Oh, no. Voy a entregar un objeto arqueológico que  nos enviaron. Al parecer es un collar Chimú que había sido extraído ilegalmente de ese País.

̶   Adiós.

 ̶ Adiós. Nos veremos.

 No podía estar más contento. El joven tomó la decisión correcta y yo me fui  a la casa con la satisfacción de haber resuelto un enigma. Sabía que si había algo en la caja de caudal de Sting lo había tomado  la señora Parken o su hijo. Me incliné por este último por el timbre de voz que escuché por teléfono y por la confianza que tenía con el difunto. Al saber del interés por la arqueología de ambos,  me imaginé que se trataba de una pieza arqueológica.

  Lo que  no sabía era el valor de dicho collar de                                                               oro, tanto monetario como patrimonial.

   Los Chimú tenían su capital, Chan Chan, con 20 kilómetros cuadrados de extensión y ubicada a unos quinientos cincuenta kilómetros de Lima. Se habían destacados en la elaboración de objetos de oro.

  Me levanté temprano. Recorrí aproximadamente unos trescientos metros para llegar al Museo de Oro de Lima. Era impresionante. Al fin,  observé frente a mí, varios objetos de oro de los antiguos pobladores de esa nación sudamericana. Fijé la vista en una hermosa pieza de oro confeccionado por un nativo de la cultura Chimú. Era el collar que había tenido el señor Sting, en su casa.

 Devolví el periódico, salí de la biblioteca y disfruté durante dos días más de esa estancia mágica en Toledo, Palpando esas historias mezclada de pasado y presente, rodeado de gente maravillosa.

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