miércoles, 7 de agosto de 2019

Desaparecido




                                        ¿Desaparecido?


Obdulio, un campesino que vivía cerca dela Daguilla en Isla de Pinos, se perdió cuando fue a ordeñar la vaca. Según dicen, todo fue muy raro, pero ahora les contaré.

Obdulio tenía doce hijos y una vaca, no una vaca cualquiera, era una vaca que daba mucha leche. Tanta que llenaba los estómagos de los pequeños y lo que sobraba, Mariela su mujer, hacía dulce de leche cortada.

Hambre no pasaban. Los mayores ayudaban al padre en las siembras y el cuidado de los cerdos. Los menores le echaban maíz a las gallinas y se encargaban de molerlo para hacer harina. A unos cien metros de la casa pasaba un arroyo con bastante fuerza y justo frente a su casa caía una pequeña cascada que al caer levantaba piedrecillas y arenas que se mezclaban en un remolino. Mariela casi todos los días llenaba un saco de ropa sucia y las lanzaba en donde caía la cascada. Pasado el tiempo los niños menores se lanzaban al agua y sacaban la ropa, prenda a prenda, limpias como si la hubieran sacado de una lavadora.

Ese día, Obdulio tomó un balde, se puso sus polainas, se acomodó el sombrero y salió a ordeñar la vaca. El viejo reloj de la casa marcaba las seis de la mañana, la hora que siempre salía a ordeñar.

Mariela  estaba preocupada. Las nueve de la mañana y su marido, no regresaba con la leche. Varias veces lo llamó, pero no respondía. Los pequeños tenían hambre. Envió a uno de sus hijos a averiguar. La vaca no estaba lejos, aunque estaba detrás de un pequeño monte que dificultaba la visibilidad desde la casa.

Al llegar el chico al corral observó que la vaca tenía sus patas traseras atadas, como era costumbre porque así impedía una patada del animal. Junto a la vaca el pequeño banco utilizado para sentarse mientras ordeñaba y el balde. Lo único que faltaba era su padre. Después de llamarlo varias veces y no recibir contesta, ordeñó la vaca, le retiró la cuerda y soltó a ternero que tenía más hambre que ellos.

Al llegar a casa, después de desayunar, la madre ordenó a los mayores a salir en busca de su padre. Recorrieron todo los alrededores sin encontrarlo. Solo quedaba explorar la Daguilla. La montaña no era muy alta, apenas unas decenas de metros y con forma de cono. Casi al oscurecer regresaron a la casa con la frustración de no encontrar a su padre.

A la mañana siguiente, alrededor de las siete y media se disponían a salir de nuevo cuando vieron a su padre entrar con el cubo lleno de leche. ¡Se quedaron paralizados en el portal de la casa!

–¿Padre, dónde estabas? –preguntó unos de los hijos.

–Ordeñando la vaca. ¿Dónde iba a estar?

Los niños pequeños comenzaron a gritar ¡Papá! ¡Papá! Mientras su mujer se abrazaba a él llorando mientras en su rostro se dibujaba el asombro y la incomprensión.

Le dio el balde a su esposa y se sentó en un taburete en el portal como era costumbre, a esperar el café recién colado.

Según Obdulio, no había pasado nada y negaba categóricamente que se hubiera perdido.

Años más tarde desapareció la vaca, pero no la encontraron jamás.



Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui




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