sábado, 17 de agosto de 2019

Orquídea




                                             
                                               Orquídea

Los jóvenes enamorados reían y de vez en cuando se daban besitos.
–Mira amor, que orquídeas más bonitas. ¡Ven!
El joven se acercó con la idea de arrancarla para obsequiarla a su amada cuando escuchó una voz potente a su espalda.
–¡No lo hagas!
Se volteó con furia, pero al ver al hombre que tenía enfrente, sonrió. Era un anciano algo encorvado, delgado y su rostro surcado de arrugas.
-¿Qué pasa abuelo? ¿Son suyas las orquídeas? ¿Este bosque es suyo?
–¡Sentémonos en aquel tronco! Por favor, quiero contarles una historia.
Los jóvenes se miraron, él se encogió de hombro y se sentaron en el suelo frente al tronco derribado al lado del hombre.
–Hace muchos años, pero muchos años, cerca de aquí vivía una preciosa joven. Su madre la había inscrito con el nombre de Orquídea, sin embargo en la casa todos le decían, Sol. Y le decían así porque todos estaban de acuerdo en que la niña parecía un Sol con su cabello rubio y aquella sonrisa siempre perenne que competía con sus hermosos ojos verdes. Quizás por eso, desde niña amaba las orquídeas. Tenía obsesión con esas flores a tal punto que en una mesita en su habitación tenía una hermosa orquídea y en las paredes y la cómoda, fotos de varias variedades, además un estante con varios libros sobre el mantenimiento y cuidado de dichas plantas.
Le gustaba mucho ir al bosque cercano a su vivienda, éste donde estamos ahora,  porque aquí, como pueden ver, podía admirar una gran cantidad de orquídeas silvestres, como no había visto jamás en ninguna parte. Había llevado consigo varias plantas que había sembrado en su jardín. Cierto día disfrutando de las bellezas de las flores observó un joven que venía hacia ella. Pensó huir para la casa, pero algo le detuvo. Nada más mirarse, se gustaron. Aquella mirada tan tierna y dulce no era una mirada cualquiera. ¡Esa mirada salía del corazón! Para no hacerles muy larga la historia, se hicieron novios. ¡Qué manera de amarse! No, no es lo que ustedes piensan. El amor no es acariciarse, besarse, reírse y sexo. Es más, es tener un mismo corazón, una misma alma en dos cuerpos distintos. Es tener los mismos sentimientos, preocupaciones y una sola vida. Todo iba bien hasta que un día enfermó. Fueron días angustiosos. Él no se apartaba de su lecho, apenas comía y bebía. ¡La vida se le iba con ella! Es lo que él deseaba, pero se fue ella sola, como si se hubiera dormido. Seguía bella hasta después de muerta y es que cuando la belleza es interna ni la muerte puede borrarla. La enterraron ahí, sí ahí donde usted iba a arrancar la orquídea. Una vez cubierto su cuerpo de tierra, él sembró muchas orquídeas encima. Yo creo que por eso son las más hermosas del bosque. Sí, amigos, ahí yace Orquídea y yo era su amor.
El anciano bajó la cabeza para ocultar sus lágrimas y los jóvenes también, con sus ojos derramando penas, lo abrazaron.
–¡No se preocupe abuelo, cuidaremos sus orquídeas!


Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui





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