Otra Noche de Taxi
Los
domingos por la noche no son tan complicados para un taxista, o no eran muy
complicados. Esa noche pasaba frente a un restaurant cuando salió un hombre que
me hizo señas para que me detuviera. Me detuve, subió y me dijo para el Hotel
Colony. ¡Hice el día! Pensé. Inmediatamente me dijo: tenemos que recoger a una
joven a la salida del pueblo.
Efectivamente, a la salida del pueblo,
sentada en la parada del autobús, había una chica, vestida con una saya muy
corta y una blusa donde los senos tenían que hacer un gran esfuerzo para no
salir de su escondite. Al ver detenerse el taxi se incorporó y entró como un
bólido. No dijeron palabras. Solamente se sentía como si estuvieran revolviéndose.
Cuando pasábamos por los sembrados de toronja
me pidieron de favor que me detuviera que querían pasear por el toronjal.
Sonreí, salí de la carretera unos cien metros por un camino sin asfaltar y me
detuve. Salieron de prisa, sin cerrar la puerta y se perdieron en la oscuridad.
Mientras tanto puse el radio con un casette
de mis grupos preferidos como, Los Pasteles Verdes, Los Fórmulas V y otros.
Subí los cristales pues el viento soplaba con fuerza y no me dejaba escuchar.
Después de sesenta minutos me decidí ir a buscar a los tortolitos gritando como
un loco entre las plantas de toronja. Sentí que pisé algo blando. ¡Mierda!
¡Literalmente, mierda! Alguien había defecado
y la oscuridad de la noche no me permitió ver la mina antipersonal.
Cabreado pero muy cabreado me quité el zapato y lo lancé contra un árbol. Me
senté en el taxi y casi de inmediato sentí la puerta cerrar. Estaban, al
parecer, avergonzados y no hablaron en todo el camino.
─
Señor, hemos llegado. –le dije con cierto enfado- ¡Catorce pesos!
Cuando miro para el asiento de atrás no había
nada. Al parecer el viento había cerrado la puerta del taxi y yo como estaba
tan molesto, no me dí cuenta. Había perdido tiempo y dinero. Necesitaba tomarme
un par de cervezas pero no podía porque, precisamente en el pie que le faltaba
el zapato, tenía un calcetín roto y se podía ver todo el dedo gordo asomado. En
eso pasaba junto al taxi un empleado y le pedí por favor, dándole una propina,
que me trajera las cervezas.
Estaba bebiendo las cerveza, muy frías, cuando
llegó el último autobús que llegaba al hotel y que transportaba, en su mayoría,
a empleados del hotel.
Había “refrescado” un poco y terminaba la
última cerveza cuando oigo que me dicen:
─
¡Qué lindo! Nosotros abandonados en la carretera y usted tranquilamente tomando
cerveza. ¡La pagarás hijo de p…!
Puse en marcha el taxi y salí de allí como los
bólidos de carreras.
(pcfa)
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