sábado, 19 de agosto de 2017

El Potro









                                                     El Potro
                               (Cuento de un abuelo a su nieta)

   Joaquín Iznaga se dedicaba a criar caballos que luego vendía a los vaqueros de varias provincias.
  Una de sus yeguas reproductoras había parido antes de tiempo y eso, con la ayuda de un veterinario. El Potro, quizás por el tiempo o por el método  usado por el veterinario o por cosas que suceden, era el Potro más feo y mal formado de toda la comarca.
  Al parecer por su aspecto o quien sabe porqué su madre lo rechazaba y no lo dejaba mamar e incluso lo empujaba y lo pateaba. Si triste era la conducta de su madre. También era el comportamiento de los demás caballos que también lo rechazaban. Esa situación hizo que el señor Iznaga decidiera expulsarlo de sus corrales.

 El pequeño Potro se vio de pronto sólo ante la llegada de un  invierno que comenzó nevando constantemente. Por mucho que buscaba no encontraba un poco de hierba para mitigar el hambre que le acompañaba en su vagar por aquellas tierras vestidas de blanco. Llego el momento en que el pequeño animal no pudo más  y se dejó caer junto a un viejo tronco de un árbol caído. La humedad y la falta de alimento ocasionço que le invadiera la fiebre. Debido a  su estado febril y el frío no dejaba de temblar ni un momento.

 José Martínez buscaba una oveja que se le había perdido cuando vio algo que se movía a pocos pasos de donde se encontraba. En un principio pensó podía ser su oveja pero se dio cuenta que era muy grande para que fuera ella. Se acercó  y vio que se trataba de un pequeño potro enfermo. Con mucho trabajo logró  que se levantara y con la corteza del viejo tronco y la cuerda que llevaba para la oveja confeccionó un pequeño trineo en el que pudo,  haciendo un gran esfuerzo, llevar el animal hasta su casa que no quedaba muy lejos. Lo acomodó en la nave donde guardaba las ovejas y lo cubrió con una frazada y pedazos de lona y plásticos. Le fue dando agua templada y estuvo toda la noche junto a él.  Por la mañana fue a buscar un poco de pienso y grande fue su sorpresa al verlo incorporado. Le abrazó  el cuello y le decía cosas bonitas.

El tiempo pasó  y gracias a los cuidados de José, el potro creció y se convirtió en un hermoso caballo que causaba la admiración de todos los vecinos.

 Un día  José  cabalgaba con Valiente,  nombre que le había puesto al caballo, cuando repentinamente se desató  una tormenta con mucho viento, agua y relámpagos.  Apuró el paso del animal para llegar pronto a casa cuando un rayo cayó, muy cerca, sobre un árbol.  Valiente temia a los truenos y aquella descarga eléctrica le hizo pararse en dos patas y derribar a José al mismo tiempo que el árbol alcanzado por el rayo caía sobre él. Por suerte las ramas ayudaron para que no sufriera daños graves pero lo había inmovilizado. El agua caída había comenzado a subir el nivel del agua del río cercano y amenazaba con llegar hasta José y ahogarlo.
  Tenía toda la esperanza perdida y solo le restaba rezar por su vida cuando sintió que el tronco se movía hasta dejar libre su cuerpo y luego con una sonrisa observó como Valiente lo cogía por el cuello de su camisa, con los dientes, y lo arrastraba hasta dejarlo en una pequeña elevación donde el agua no llegaría. Se incorporó lentamente y sosteniéndose de la crin, lo abrazó y lo besó.

  Dicen la gente que nunca habían visto un caballo y un jinete que se quisieran tanto y así estuvieron muchos años felices.

 



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