El Cuaderno
Osvaldo era de esos individuos muy reservados, tanto que los amigos le pusieron el mote de El Misterioso. Además, el joven era muy tímido y nunca miraba a los ojos de nadie. Dicen los entendidos que ese es un defecto de las personas que no son de fiar. Miraba de reojo a todos y apretaba fuertemente contra su pecho su inseparable cuaderno. Nadie sabe cómo se las arreglaba para, al llegar al restaurant donde trabajaba como ayudante, el cuaderno desaparecía como por arte de magia. ¿Dónde lo guarda? Se preguntaban los compañeros de trabajo y buscaban por todos los sitios sin encontrarlo. Cada día, la curiosidad en el restaurant, era mayor que la Carta, hasta que el dueño se sumó a la comitiva de investigación con el fin de encontrarlo y al no obtener resultado, se le ocurrió esperarlo en la puerta del establecimiento. Por fin había surgido la posibilidad de saber el contenido del cuaderno. Unos opinaban que podían ser cartas de amor, otros aseguraban que era un libro que estaba escribiendo, pero todos estaban seguros que Osvaldo ocultaba algo muy importante.
Cuando llegó al restaurant, se encontró con su jefe en la puerta. Saludó sin apenas levantar la vista y cuando iba a entrar, el dueño le pidió el cuaderno. Por primera vez levantó la cara y con sus ojos muy abiertos por el terror, salió corriendo. A mitad de la calle, fue atropellado por un camión cuyo conductor conducía en estado de embriaguez. Los trabajadores del restaurant y de los locales próximos, salieron al oír el frenazo. Todos quedaron sorprendidos al ver a Osvaldo tendido en la calzada en medio de un charco de sangre.
Uno de sus compañeros de trabajo recogió con tristeza el cuaderno y lo puso en la taquilla de Osvaldo.
Pasado unos meses, el empleado recordó el misterioso cuaderno que había guardado y llamó a sus compañeros.
─Compañeros este es el cuaderno de Osvaldo. ¿Lo abrimos?
Todos estuvieron de acuerdo. El cuaderno lo situaron en una mesa del restaurant y todos alrededor esperaban impaciente para ver su contenido. Alguien lo iba abriendo despacio como si fuera a explotar. Parecía que una fuerza superior los hubiera paralizados. Sus cuerpos rígidos, los ojos de espanto, la mirada incrédula… ¡El descubrimiento de lo insólito los había petrificado!
Lentamente fueron volviendo en sí. Muy despacio, se fueron alejando de la mesa. Allí estaba el cuaderno de Osvaldo, sin nada escrito, en blanco.
pcfa
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