viernes, 17 de marzo de 2017

Amor no Correspondido





                                                  Amor no Correspondido


   -Señor, aquí tiene usted -dijo aquel hombre entregando unos documentos.
    -Correcto!. Veo que está muy bien recomendado por el señor Valdés Domíguez. Puede permanecer en el País el tiempo que desee -dijo el funcionario una vez leído los papeles.

    Fue a la Escuela Normal. Estaba casi seguro de encontrar empleo. Se presentó ante el Director del Colegio.
   - Ah! Somos compatriotas, señor. He leído sus interesantes y contundentes escritos. Comparto sus ideas porque yo también soy cubano y exiliado. Necesitaba un profesor y quien mejor que usted. A partir de mañana es usted el nuevo profesor de la Escuela Normal.

    Ese día, su primer día como profesor, disertó sobre la libertad, la política y los derechos del ser humano. Todos los alumnos estaban muy atentos a frases como estas: “Los hombres políticos de estos tiempos han de tener dos épocas: la una, de derrumbe valeroso de la innecesario; la otra, de elaboración paciente de la sociedad futura con los residuos del derrumbe”, “ Nadie a la libertad tiene derecho, cuando no hace hábito y gala de respetar la libertad ajena”, ”En los pueblos libres el derecho ha de ser claro. En los pueblos dueños de sí mismos, el derecho ha de ser popular”, “Política es eso: el arte de ir levantando hasta la justicia la humanidad injusta; de conciliar la fiera egoísta con el ángel generoso; de favorecer y de armonizar para el bien general, y con miras a la virtud, los intereses”, etc. Pero ese primer día pudo darse cuenta que había una alumna que lo observaba no como profesor, sino, como hombre.

    Los días siguientes crecía la admiración de los alumnos por este profesor que hablaba tantas verdades con elegancia y belleza en sus palabras. También crecía el interés de la alumna que lo miraba con ojos de ensueños y se sonrojaba cuando él le hacía alguna pregunta sobre la clase .     -José, el General García Granados lo ha invitado a cenar.
  A los pocos días de la llegada del profesor a la ciudad, había hecho amistad con el General pero no supo, hasta esa noche, que la joven que tanto lo admiraba era su hija. Después de cenar se dirigían a la biblioteca cuando un empleado, dirigiéndose al Granados, le dijo que el alcalde deseaba verlo.
   -  María, por favor, lleva al Profesor a la biblioteca.
 La biblioteca era inmensa. Leía los títulos con gran interés sin percatarse que al igual, la joven, lo observaba a él.
    - Profesor, tiene novia?
    - Eh? Sí. -contestó él.
    - Es bonita
    - Sí.-contestó mientras no apartaba su mirada de los libros.
    - La ama?
     -Sí, mucho.
      -Yo también.
      - Cuántos libros buenos tiene su padre!-dijo fingiendo no haberla oído.
      -Profesor, lo amo.
       -Me alegra que digas eso porque “ Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento, y respeto”
       -No! No entiende que lo amo con todo mi corazón. Desde el primer día me he enamorado de usted. - dijo la joven acercándose hasta casi rosar su cuerpo.
        -Estás equivocada, María. “La única verdad de esta vida, y la única fuerza, es el AMOR. El patriotismo no es más que amor. La amistad no es más que amor.”
         -No! El amor que siento por usted es el amor de la caricia pasional, el amor de los labios rozando nuestra piel, el amor del deseo y la pasión.
          -No puede ser. Eres una joven bonita y con muchas buenas cualidades pero dentro de unos días viajaré a México para casarme con mi novia. Lo siento.
           -No me importa. Pero ámame mientras tanto. Hazme tuya. Lo deseo!
    El profesor abandonó la biblioteca y le dijo a un empleado que tenía que irse. Que lo despidiera del General. María lo llamó y acercándose le puso en su mano una almohadilla de olor y en la mejilla un beso.


María, observaba, desde su balcón, el camino. Una nube de polvo anunciaba el paso de un carruaje que se acercaba. Sí, era él! Pero viene con ella -su rostro se transformó y una lágrima rodó por su mejilla. Bajó las escaleras apresuradamente y salió corriendo de la casa ahogada por los sollozos.
    -Muy bonita su esposa, profesor
    -Gracias, General..
    -Señor, María! -Gritó un empleado mientras entraba corriendo al comedor.
   Todos se levantaron de la mesa en el momento que un hombre traía en brazos el cuerpo inerte de la joven.
 
   Días después, el Maestro se sentó frente a su escritorio y escribió:




Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda…

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores…

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.
                      
                                           Como de bronce candente,
                                           al beso de despedida,
                                           era su frente -¡la frente
                                          que más he amado en mi vida!…

                                          Se entró de tarde en el río,
                                          la sacó muerta el Doctor
                                          dicen que murió de frío,
                                          yo sé que murió de amor.

                                         Allí, en la bóveda helada,
                                         la pusieron en dos bancos:
                                         besé su mano afilada,
                                         besé sus zapatos blancos.

                                         Callado, al oscurecer,
                                        me llamó el enterrador;
                                        nunca más he vuelto a ver
                                        a la que murió de amor.







Nota: Las letras en cursiva y los versos pertenecientes a

La niña de Guatemala de José Marti

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