domingo, 29 de mayo de 2016

Kianda









                                                                         KIANDA
                                                  (Basado en una leyenda angolana)


 Joao no dejaba de lamentarse día y noche de su triste y mísera vida. Para sumar más males, apenas podía capturar peces y tenía que volver con su canasta vacía a su kimbo donde los esperaban su esposa e hijos con las bocas abiertas y sus vientres inflados como los balones de fútbol. Al oscurecer, mientras las mujeres hacían comentarios sobre distintos temas y los niños corrían entre las chozas jugando a ser invisibles, él se acostaba en su estera de paja observando un pequeño recorte de cielo adornados de estrellas.
Aquel día llevaba para el río las canastas llenas de pesimismo. Empujó el tronco ahuecado en forma de canoa hacia el agua y comenzó a deslizar la pequeña red construida con finos bejucos y piedras atadas para que llegara hasta el fondo. De pronto la red se movía fuertemente y aquel hombre que hacía tiempo no se inmutaba ante nada, sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando ante él, surgiendo de las turbias aguas envuelta en la red, pudo observar el rostro de Kianda que desesperadamente agitaba sus brazos y su gran cola de pez y le decía: “Suélteme y tu vida cambiará. Serás rico”
Estas palabras de la hermosa sirena lo hicieron reaccionar e inmediatamente la liberó. Ella le sonrió y desapareció en las aguas. No quiso seguir pescando. Emprendió el camino de regreso a la aldea.
Por el camino percibió un movimiento detrás de unos matorrales. Sabía que por allí no solían aparecer felinos peligrosos y decidió averiguar. Apartó las altas plantas con una vara y observó algo que brillaba. Se acercó y descubrió varias canastas repletas de objetos de oro.
No regresó a la aldea. Se fue para la Capital y allí se rodeó de mujeres y de lujos mientras en la aldea lloraban su desaparición.
Un día quiso salir a pescar en su lujoso yate por el Río Congo. Además de la tripulación la acompañaban 3 hermosas chicas. Siguieron río arriba hasta que el motor comenzó a fallar y tuvieron que parar cerca de la ribera sur. Mientras reparaban el desperfecto, Joao bajó a un bote acompañado de las tres chicas. Se fueron hasta la orilla y se lanzaron al agua. Nadando y jugando se fueron separando, sin percatarse, de las embarcaciones y llegaron hasta un recodo donde las tres chicas lo obligaron a sumergirse. Trató de salir a la superficie a tomar aire pero las chicas se lo impedían y poco antes de perder el conocimiento pudo ver, horrorizado, a las chicas con sendas colas de pez.
Lo primero que vio, al recobrar el conocimiento, fue su vieja canoa. Se incorporó y tomó el camino a su aldea donde fue recibido con tremenda algarabía por los niños que corrían de choza en choza anunciando la “aparición” de Joao. Su esposa e hijos salieron a la puerta de su choza y al verlos se arrodilló y pidió perdón. Todos se miraban incrédulos. Jamás Joao había pedido perdón. Era otro hombre. En su rostro se apreciaba paz, amor y felicidad.
Tres días estuvieron de fiesta celebrando el regreso de Joao. Al cuarto día tomó su red y se fue al Río. Al llegar escuchó una hermosa melodía y pudo ver sobre una roca del otro lado del cauce, a Kianda. Ella le sonrió y despidiéndose con movimientos de la mano, se perdió en la profundidad del agua fría.
Joao sabía que Kianda había sido muy benévola con ella pues aunque lo devolvió a la pobreza le dejó una gran lección: la mayor riqueza es la familia.


Pedro Celestino Fernandez Arregui

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