El
Taxista
El
Taxi y el autobús son los medios de
locomoción con mas historias contadas. El tren,
avión y barco también tienen
historias, pero menos populares. Leyendo una historia contada por Kika Sureda
me vino a la mente la época en que conducía un taxi allá en mi tierra natal.
La Empresa necesitaba recaudar dinero para
cumplir su Plan y nos dio la opción a los mecánicos, de conducir taxis fuera de
nuestra jornada, una vez que los taxistas terminaran su horario, o sea, por la
noche.
La noche es el período más complejo de un día
de veinticuatro horas. Pues en este horario ocurren cosas buenas y malas. Los
novios contemplan la luna, las citas románticas ocultas, los cines, los bailes
y además, cuando llega la madrugada, miles de litros de alcohol de distintos
grados, se vacían.
Esa noche, había recorrido trescientos metros
de la Base, cuando un individuo hace señas para que lo recoja.. Apenas lo
observé, antes de estacionar frente a él, enseguida pensé: “Se me jodió la
noche”. Detuve el taxi y aquel hombre parado frente a la puerta, no entraba.
─
¿Señor, no va a entrar?
─
No encuentro por donde se abre la puerta
Salgo del auto y le abro la puerta. Entró sin
mirarme, sin dar las gracias y sin poner el pie dentro del auto, cayó a la
larga en el asiento trasero.
─Amigo,
¿Para dónde vá?
─
¡Allá! ¡Dale pallá! – y levantaba el brazo y lo dejaba caer.
Me siento al volante y cuando voy a poner en
marcha el taxi oigo un ruido extraño. Miro para atrás y me doy cuenta que es el
pasajero roncando. Pensé sacarlo del taxi por cualquier método, fuera
convencional o sofisticado. No había abierto la puerta del conductor cuando
oigo otro ruido. ¡El hombre vomitaba en abundancia! Me puse las manos en la
cabeza cuando escucho una andanada de pedos que me hicieron salir a gran
velocidad del auto. ¡Seguro se ha cagado!, pensé.
Lo halé por los pies al tiempo que le
gritaba: “¡Fuera de aquí, asqueroso!” Entonces como si hubiera resucitado, se
levantó y me dijo: ¿Cuánto te debo?
Extrajo su billetera y me tiró en el suelo un billete de veinte pesos.
Se limpió la cara con la parte de debajo de
su camisa blanca y me dijo:
─
Me quejaré a la Empresa por no saber tratar a los clientes, por no saber la
ruta de destino y por asqueroso.
Le puse el retroceso al auto hasta la planta
de fregado de la Base.
Salí cabreado y a unos trescientos metros me
encuentro al hombre acostado en medio de la vía. Pensaba seguir mi camino pero
la conciencia me hizo acercarme y decirle:
─Amigo,
salga de la vía. Lo van a tropellar. –respondió, sollozando.
─No
me importa morir. Había bebido y gastado el dinero del sueldo, pero dejé veinte
pesos para comprarle comida a mis hijos y se los dí a un taxista comemierda que
no sabía conducir, ni conocía el pueblo ni un carajo.
Eso fue una noche. Todas las noches tenían
historias similares.
(pcfa)
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