EL MISTERIO DEL
MORRILLO
Tomaría
un baño y luego se comería un bocadillo en la Cafetería El Mundo pero, una
llamada al teléfono le cambiaría sus planes. Cogió el teléfono como si tuviera
espina y con voz cansada dijo un ¡Hola! casi imperceptible. Después de unos
segundos con el auricular en el oído y diciendo
sí, repetidamente, colgó. La llamada de su jefe a esa hora de la tarde,
las siete y unos minutos, diciéndole que se dirigiera inmediatamente a su
despacho, le preocupaba. Siempre le daba las orientaciones por la mañana cuando
llegaba a la Sección. Algo muy importante tenía que ser y eso significaba un
caso extraordinario. Se duchó lo más rápido que pudo y dejó el bocadillo para
después de ver al Jefe.
El
calor en la calle era sofocante y los autos circulaban como si lo hicieran en
cámara lenta. Su Chevrolet lo tenía
aparcado frente al edificio y de inmediato se percató que la puerta del
copiloto estaba abierta. Paseó su mirada por el interior del auto y todo estaba
normal a excepción de una pequeña libreta en el mismo asiento. ¡Alguien había
estado en su coche! Lo revisó cuidadosamente, pero no pudo notar nada extraño.
Había
mucho tráfico a esa hora y había que tener cuidado con los conductores
imprudentes. Un camión, abusando quizás de su fortaleza, no respetó la luz de
semáforo poniendo en peligro a otros vehículos y sus ocupantes. Palabrotas se
oían por encima del ruido de los motores y los escapes, dirigidas al osado
conductor que le importaba poco lo que dijeran. ¿Por qué habrá personas así? Su
abuelo le decía que en el Mundo tiene
que haber de todo: gente mala y buena, asesinos y víctimas, decentes e
indecentes como también era necesario los terremotos, los huracanes, las plagas
porque de lo contrario la vida y el Planeta en general, sería muy aburrido. ¡Busca
las cosas buenas y hermosas!
Aparcó
en el amplio parking de la policía. Tomó la pequeña libreta del asiento y la
hojeó. Notas salteadas y algunos comentarios. La guardó en la guantera para
leer su contenido cuando terminara de hablar con su jefe.
–Inspector, debe marchar inmediatamente hacia Isla de
Pinos. Han ocurrido varios asesinatos y la policía local no logra descubrir al
autor. Aquí tiene toda la información sobre estos crímenes. Estos son los
billetes para el barco y aquí está toda la información al respecto.
Anselmo Gutiérrez tomó el sobre con los billetes, se incorporó lentamente, lo introdujo en el bolsillo de la camisa y recogió la carpeta.
– ¡Encontraré al asesino!
– Eso espero. ¡Suerte!
Anselmo Gutiérrez tomó el sobre con los billetes, se incorporó lentamente, lo introdujo en el bolsillo de la camisa y recogió la carpeta.
– ¡Encontraré al asesino!
– Eso espero. ¡Suerte!
El barco salía a las 9 de la noche desde
Batabanó, pero el tren que lo llevaba hasta el muelle estaba al salir. Dejó el
auto frente a la Jefatura y tomó un taxi hasta la Estación de Ferrocarril.
El movimiento cadencioso del vagón le hacía incómodo la lectura de la documentación que el Jefe le había entregado. Buscó con la vista alguna persona con la cual podía obtener alguna información. Dos asientos más adelante estaba sentada una anciana. Junto a ella en el pasillo, una caja de cartón atada con una fina cuerda. Se dirigió a ella con la idea de establecer conversación.
– ¡Buenas tardes!
– ¿Está desocupado? - dijo refiriéndose al asiento junto a la señora.
– ¡Oh, sí! Puede sentarse.
– Gracias.
Apenas se acomodó comenzó a estudiar visualmente a la mujer. No pasaría de los sesenta años, su piel comenzaba arrugarse pero todavía mostraba un cutis liso y sin marcas. Sus ojos detrás de las gafas de aumento, brillaban. Su vestuario denotaba pertenecer a una familia de bajos recursos. Tenía que comenzar a explorarla con preguntas.
– ¿Es usted de la Isla?
– Sí, señor.
– ¿Pero… nacida allí?
– Sí, aunque mis padres no nacieron allí.
– Entonces usted debe conocer a todo el mundo en el pueblo.
– ¡Sí!
– Me han dicho que es una isla fantástica con hermosas playas. Además debe ser muy tranquila. ¡Me gustan los lugares donde reina la paz!
– En los últimos meses no está muy tranquila que digamos. - miró para todo su alrededor y sacó de su cartera un rosario.
– ¿Qué ha ocurrido?
La señora comenzó a rezar haciendo oídos sordos a su pregunta. Tenía miedo! El rosario temblaba en sus manos y su rostro se había transformado en una máscara. Pensó en buscar otra persona que le pudiera decir algo que valiera la pena pero después desistió.
El movimiento cadencioso del vagón le hacía incómodo la lectura de la documentación que el Jefe le había entregado. Buscó con la vista alguna persona con la cual podía obtener alguna información. Dos asientos más adelante estaba sentada una anciana. Junto a ella en el pasillo, una caja de cartón atada con una fina cuerda. Se dirigió a ella con la idea de establecer conversación.
– ¡Buenas tardes!
– ¿Está desocupado? - dijo refiriéndose al asiento junto a la señora.
– ¡Oh, sí! Puede sentarse.
– Gracias.
Apenas se acomodó comenzó a estudiar visualmente a la mujer. No pasaría de los sesenta años, su piel comenzaba arrugarse pero todavía mostraba un cutis liso y sin marcas. Sus ojos detrás de las gafas de aumento, brillaban. Su vestuario denotaba pertenecer a una familia de bajos recursos. Tenía que comenzar a explorarla con preguntas.
– ¿Es usted de la Isla?
– Sí, señor.
– ¿Pero… nacida allí?
– Sí, aunque mis padres no nacieron allí.
– Entonces usted debe conocer a todo el mundo en el pueblo.
– ¡Sí!
– Me han dicho que es una isla fantástica con hermosas playas. Además debe ser muy tranquila. ¡Me gustan los lugares donde reina la paz!
– En los últimos meses no está muy tranquila que digamos. - miró para todo su alrededor y sacó de su cartera un rosario.
– ¿Qué ha ocurrido?
La señora comenzó a rezar haciendo oídos sordos a su pregunta. Tenía miedo! El rosario temblaba en sus manos y su rostro se había transformado en una máscara. Pensó en buscar otra persona que le pudiera decir algo que valiera la pena pero después desistió.
Lo
mas probable es que nadie quisiera hablar del asunto. Quiso tomar de nuevo la
carpeta pero al ver la escasa luz en el vagón, desistió. Recostó la espalda
como pudo, en el asiento duro e incómodo y cerró los ojos con la idea de
descansar hasta que llegara al puerto.
El
tren rodaba lentamente por una especie de puente o muelle hasta llegar a
situarse a escasos metros de la banda de
babor del barco. Los pasajeros se trasladaban del tren al barco mientras los
vendedores ambulantes proponían sus productos.
El
inspector, una vez en el barco se dirigió directamente al bar-cafetería, cerca
de la popa. En una rápida mirada pudo observar a un señor, un poco pasado de
peso, vestido con guayabera y pantalón blancos y un sombrero de paja que rozaba
con unas gruesa gafas de aumento, sentado junto a una mesa, leyendo un
periódico. Se dirigió a la mesa contigua con la intención de entablar
conversación con él.
– Camarero, por favor, cogñac con hielo.
El
señor bajó el periódico y lo miró. Inmediatamente el Inspector lo saludó.
– Buenas noches, señor.
– Buenas noches. - y siguió leyendo el
periódico.
– Disculpa, ¿Es usted de la Isla?
El
hombre bajó el periódico hasta apoyarlo en la mesa, se acomodó las gafas y
respondió:
– No. -
nuevamente se disponía a seguir leyendo.
– Perdone es que tengo un pariente viviendo
allí y como dicen que allí todos se conocen...
– ¿Cómo se llama?
– William Hernández
– Es el Jefe de la Policía.
– Lo invito a una cerveza
– Mire, señor. - clavó su mirada en el
inspector- bebo café pero ahora no deseo nada. Gracias. –se levantó de su
asiento lentamente– ¡Hasta mañana!
De
dos, dos, pensó el Inspector. En ese momento entró al bar un joven alto, moreno
y de fuerte complexión. Vestía un pantalón vaquero y una camiseta roja. Se
dirigió a la barra y pidió una cerveza.
– ¡Eh, joven! ¿Puedo hacerle una pregunta?
– Usted, diga. - contestó desde la barra.
El
inspector apuró su copa y se situó al lado del chico, junto a la barra y pidió
otra copa.
– ¿Es usted de la Isla?
– Sí. ¿Por qué?
- bebió un poco de la cerveza y depositó el vaso en la barra.
– No, es que vengo a visitar un pariente y como
dicen que ahí todos se conocen... Es un primo mío y se llama William Hernández.
– Ese es el Jefe de Policía.
– ¿Jefe de Policía? Quien lo iba a decir. Sabía
que había entrado a una escuela de policía pero no pensé que llegara a tanto.
Bueno, aquí debe estar cómodo porque siendo una isla pequeña no tendrá mucho
trabajo.
– ¡No tenía! Ahora lo tiene difícil con esos de
los muertos.
– ¿Los muertos?
– Sí. Cada cierto tiempo aparece un muerto en
el Morrillo y no puede dar con el asesino.
–Miró a su alrededor y continuó en voz baja– Dicen que es un monstruo
pero otros dicen que es…
–
Migue, te me habías perdido! –dijo otro
joven rubio, algo delgado vestido con pantalón vaquero y camiseta blanca. Le
colgaba del cuello unas gafas de sol.- Vamos que las chicas nos esperan en el
camarote. El joven se despidió con un breve movimiento de mano.
Nada.
De tres, tres. Salió al salón de popa, Varios comensales disfrutaban de la
brisa del mar y de sandwichs, ensaladas y bebidas. Se recostó a la baranda. La
espuma blanca saliendo de las oscuras aguas, presentaba un cuadro lúgubre. Alzó
la vista y el panorama era distinto. Una hermosa luna en cuarto creciente,
cerca del horizonte, mostraba la magia de la naturaleza.
Después
de haber perdido la esperanza de que apareciera “Migue”, se retiró a su
camarote. El ruido de la bocina del barco, lo despertó. No esperaba dormir
tanto. Por muy rápido que quiso asearse y vestirse, no pudo salir a cubierta
hasta que el barco habría atracado.
Del
muelle fue directamente a la Comisaría y lo primero que observó fue a un
corpulento policía en el umbral de la puerta que lo saludaba sonriente. No
cabía dudas era el Teniente William, su supuesto primo y que hacía varios años
había conocido en la capital. William Hernández era un oficial que además de su
cuerpo se destacaba por su inteligencia y amabilidad y por estas dos últimas cualidades era muy
querido en el pueblo aunque se caracterizaba por ser duro con los delincuentes
a tal punto que la Isla era un territorio donde no existía la delincuencia ni
los homicidios hasta que comenzaron los brutales asesinatos.
–
¿Qué tal el viaje?
–
Muy bien. Vine durmiendo todo el tiempo. Quiero que me des toda la información
que tengas.
–
Te la daré, pero primero tomemos un buen café que mi ayudante está `preparando.
¿De acuerdo? Eduardo asintió y comenzó a recorrer la oficina. Era sencilla y
pocos cuadros en la pared. En una especie de mural estaban escritos cinco
nombres seguido de una fecha. Se detuvo frente a la lista.
–
Esos son los cinco que han muerto. Todo en menos de seis meses.
Se
sentaron a beber el café. William encendió un largo tabaco y le dio una
prolongada aspiración.
–
Todo comenzó después del asesinato del doctor Hanz.
–
Pero ese no está en la lista. - dijo señalando el mural.
–
No, porque el asesino del Doctor era un chico con cierto desequilibrio mental y
está cumpliendo su condena en un Psiquiátrico de la Capital. El primero de este
otro asesino fue el Doctor Echazábal quien estaba al frente del hospital del
pueblo. Según testigos, se encontraba de guardia. Salió, como de costumbre, a
tomar un café en una cafetería que se encuentra a pocos metros del hospital.
Cuando terminó de beber el café, no regresó al hospital. Su cadáver apareció,
con el cuello roto, en el Morrillo.
–
O sea, presuntamente se dirigía a su casa. ¿Se pudo detectar alguna huella en
el cuerpo?
–
El asesino tomó su cabeza por la espalda y la torció. Nada más. Transcurrido
quince días apareció el cadáver de la señora Izarra también en el Morrillo. El
mismo método y el mismo lugar para todos los demás. Aspiró nuevamente el tabaco hasta llenar por
completo sus pulmones de humo con nicotina, sacudió la ceniza y se quedó
mirando el cenicero.
–
¿Puedes brindarme mas detalles sobre el asesinato del Dr. Hanz?
–
Como quieras. Pero eso ahora no te valdrá de mucho. En el Morrillo, esa pequeña
isla que se encuentra a poca distancia del Cerro Colombo, habitaba el doctor.
Experimentaba con varios simios. Nadie sabe a ciencia cierta, en que se basaban
esos experimentos. Lo visitaba un chico que el contrató para que le llevara
alimentos y cualquier otra cosa que necesitara. Un día llegó asustado al pueblo
diciendo que un mono había asesinado a Hanz. El cadáver no apareció nunca y
todas las pruebas indicaban al joven empleado.
–
¿En qué psiquiátrico se encuentra?
–
En Mazorra.
–
Bien, muchas gracias
El inspector se fue directo a uno de los
bares de la calle principal. Una mesa estaba ocupada por una pareja de
enamorados y en otra, cuatro hombres se enfrentaban a una “batalla” de dominó.
Escogió una mesa vacía cerca de la única ventana que daba a la calle. Pidió un
Whisky y se disponía a escribir algo en su agenda, cuando entró un señor
conversando con Migue, el joven que estuvo a punto de revelarle un presunto sospechoso.
Sin pensarlo mucho, una vez que ocuparon una mesa se dirigió a ellos.
–
¡Hola!
–
Ah! Este señor es amigo de Hernández, el Jefe de la policía -dijo dirigiéndose
a su acompañante.
–
Me he preguntado si ustedes pueden informarme sobre las bondades de la Isla. Es
que estoy escribiendo un libro sobre este lugar.
–
Puede sentarse.
–
Anselmo Gutiérrez para servirles.
–
Sobre ese libro quiero decirle que debe escribir sobre el Misterio de las
muertes o el Misterio del Morrillo como dicen la gente.
–
¿Qué me pueden decir sobre eso?
–
Que detrás de esos muertos tiene que haber algún motivo extraño.
–
¿Cómo qué? - inquirió el inspector.
–
Mire, señor, todos saben que Manuel, el empleado de la tienda de Gerónimo tiene
que estar involucrado por tres razones: primero, le tenía odio al tonto ese que está en Mazorra; segundo, es
un tipo que no se ríe con nadie y no le hace favor a nadie y tercero, dice el
Tobi, el limpiabotas, que el día del crimen del doctor Hanz, Manuel fue a
limpiarse los zapatos con él y pudo ver que el borde de la suela de una de sus
botas estaba manchado de sangre -dijo el acompañante de Miguel.
–
Amigos, no me interesa ese aspecto de la Isla. –dijo para disimular.
–
Pero un buen libro sobre una persona o lugar debe reflejar lo bueno y lo malo.
De lo contrario pierde credibilidad. ¿Usted cree que la historia es imparcial?
¿No cree usted que la historia refleja las opiniones de los escritores? Por
ejemplo, lo que está sucediendo en Rusia escrito por un periodista de izquierda
es contrario a lo escrito por un periodista de derecha. ¿Dónde está la verdad?
La verdad hay que buscarla en el pueblo, pero no con afines a uno u otros, sino
con una gran mayoría.
–
Sí, tienes toda la razón y estoy de acuerdo contigo. ¿Y si no fuera ese señor,
quién pudiera ser?
–
Yo sospecho de Bernabé. Ese viejo es un nacionalista empedernido. Para él, todo
extranjero es un enviado de Satanás. Sobre todo si es Americano. Dicen que el
día del asesinato del Médico, estaba por la playa -afirmó, Miguel.
–
¿Y con las muertes que están ocurriendo ahora, siguen siendo esos los
sospechosos?
–
La gente sospecha del Dr. Nogueira. ¿Será casualidad que las víctimas, en su
mayoría, estén relacionadas con el sector de la salud? Dicen que ese Doctor
vino a esconderse en la Isla porque había asesinados a varios pacientes en
Guantánamo -dijo, entrecerrando los ojos, el supuesto amigo de Miguel.
–
¡Gracias! Muchas gracias por la información, pero tengo que irme – dijo
Gutiérrez al tiempo que se ponía de pie.
– ¡Nos
veremos!
El
inspector Gutiérrez había pensado que era mejor, de momento, mantener su
verdadera identidad oculta, porque estaba seguro que podía obtener mejor
información.. La gente ante la policía se cohíbe, aseguraba.
Se
dirigió directamente a la tienda de Gerónimo. Tenía interés en conocer a
Manuel. El local estaba vacío. Manuel sacudía un estante con el plumero. Al
escuchar el chirrido de la puerta se viró y apoyándose con una mano en el
mostrador, se dirigió secamente al Inspector.
– ¿Qué
quieres?
–Señor, estoy escribiendo
un libro sobre la Isla y quisiera saber si usted podía brindarme alguna
información sobre los asesinatos ocurridos.
–Lo
único que hago es despachar alimentos y utensilios. Me interesa tres pitos su
libro y los muertos. –contestó airadamente.
–Pues
debe importarle porque hay algunas personas que sospechan de usted – afirmó el
Inspector mirando fijo a sus ojos.
–¿Quién
fue el hijo de puta que le dijo eso de mí? Dígame para borrarle el rostro a
puñetazos –gritó enfurecido y salió detrás del mostrador para abalanzarse sobre
el inspector.
─Calma,
amigo –le dijo extendiendo sus brazos hacia el agresor.
–No
soy sociable, lo sé. Pero nadie puede decir que le hecho daño a alguien. Ni
siquiera a un animal. Tengo este carácter que no gusta pero Dios me hizo así.
–¿Qué
crees de estos asesinatos?
–Desde
que asesinaron al Dr. se acabó la paz en esta isla. Primero, el pobre anormal
que cargó con todas las culpas y después los demás asesinatos, con las culpas
suspendidas en el ambiente. Cayendo indistintamente en unos u otros. Yo pienso
que el asesino no es de aquí pero no tiene rostro.
–Manuel,
soy policía -dijo mostrando su carnet.- ¿Puedes decirme algo más?
–¡Lo
sospechaba! Sabía que eras policía. Los huelo.
¿Quiera que te diga algo? En el chico tonto está la respuesta.
Se
quedó pensativo ante la información de su interlocutor.
–¿Por
qué lo crees?
–Porque
por ahí comenzaron los asesinatos. A lo mejor están ocultando la verdad y
tomaron a ese pobre chico como chivo expiatorio.
–Puede
que tengas razón. Seguiré tu consejo. Que tengas buen día.
Iría
a la Capital y visitaría el psiquiátrico. Manuel le ha insinuado algo y puede
que el misterio del Morrillo se remonte a ese suceso.
Conducía el auto por la Avenida Rancho
Boyeros cuando se recordó de la libreta que había guardado en la guantera.
Aparcó en el primer espacio que vio. Apagó el motor y tomo la libreta. Mas que notas era una entrevista con algunas
observaciones. De pronto se percató que se trataba de alguien cuyos datos
coincidían con el joven de Isla de Pinos que fue recluido en el Psiquiá- trico.
─Señorita
necesito conversar con el director – dijo mostrando su placa a la
recepcionista. Minutos después, se presentó hasta él un hombre alto, delgado y
dibujando una sonrisa.
─
¡Mi amigo Gutiérrez! - exclamó el hombre.
─
No me dirás que eres el Director.
─No,
nada de eso pero él no se encuentra y como soy el subdirector... Pero ven vamos
a conversa en el jardín. Se sentaron en un banco del jardín y el inspector
Gutiérrez le mostró la libreta.
─
¿Es tuya?
─Por
supuesto. ¿Dónde la he dejado? ¡Como la he buscado!
─
En mi auto.
─
¡Oh, sí! ¿Recuerdas que estaba en la parada de la “guagua” y me recogiste?
─
Tienes razón, se me había olvidado.
─
¿Qué te trae por aquí?
─ Pues
verás. Aquí está ingresado un joven de
Isla de Pinos y al hojear tu libreta, por lo que te pido perdón pero quería
saber a quién pertenecía, he visto que has estudiado este caso.
─ Sí,
pero no veo la relación que pueda tener contigo.
─ Me
hace falta tu ayuda porque a partir del suceso por lo cual lo internan aquí,
han ocurrido varias muertes en la Isla.
─ Bueno,
lo que puedo hacer es darte una copia del cuento que escribí sobre él en base a
lo que contaba él y la policía. Te daré además, una copia del informe médico.
¿De acuerdo?
─ Es
lo que necesitaba. Te lo agradezco.
─ Puedes
venir mañana en la tarde a recogerlo porque se lo presté a un colega.
Leería todo, antes de regresar a la Isla. El cuento del Dr. Percive comenzaba así:
Según leía le surgían nuevas interrogantes pero también iba reconstruyendo el crimen perpetrado.
“ El Dr. Hans, al verlo, le dijo: "¡Oh, Coro! Entrar. Yo estar contento. Pero sentarse, please. – Se mostraba alegre y en sus ojos se le podía ver esa luz que nos sale de nuestro interior, esa luz que brilla por la energía de nuestras emociones. El joven entró, se sentó y preguntó:
- ¿Qué pasó Docto?”
Trataba de dibujar los semblantes de ambos
interlocutores. Un científico contento por lo logrado en sus estudios y un
joven con capacidades psíquicas disminuidas que no entendía lo que le decían.
Estuvo toda la noche leyendo el final del
cuento. Su mente se debatía en lo posible y lo imposible sobre aquel caso
peculiar pero cuando terminó había llegado a una conclusión. Atraparía al
criminal pero lo difícil vendría después.
Al regresar a la Isla, habló con su amigo,
el Jefe de la Policía sobre la conveniencia de vigilar el Morrillo pero éste le
dijo que no tenía personal suficiente para mantener observando el lugar.
Decidió que se encargaría de atrapar al asesino. Aunque para ello tuviera que
estar un mes sin dormir. Compró alimentos para varias noches y salió
hacia la playa frente al Morrillo. Se situó en la montaña cercana desde donde
podía divisar la playa y gran parte del islote. No le dijo a nadie cual era su plan. Le
dijo a Hernández que iría al sur y si alguien preguntaba por él le dijera que
había regresado a la capital.
Dormía de día, Sabía que el asesino no iba
a transportar el cadáver con la luz del sol. Por la noche vigilaba atentamente
la costa. A la semana había consumido los víveres. Tenía dos opciones: volver
al pueblo por alimentos o vivir como un náufrago en una isla desierta. Podía
optar por la última variante, pero... ¿Cuánto tiempo podría soportar esa
situación hasta que ocurriera el próximo asesinato?
Habían transcurrido quince días desde que
había tomado la decisión de ser un Robinson Crusoe. La barba y el cabello había
crecido suficiente. Sentía que su cuerpo no olía bien. Por el día, capturaba
cangrejos y algunos peces con la ayuda de dos nasas construidas por él mismo.
Los peces los hervía en la pequeña cueva que le servía de refugio. Recorría la
loma en busca de serpientes, iguanas, cabras salvajes, etc. pero sólo una vez
había encontrado una iguana que una vez limpia la carne, la puso a secar al
sol. Esta dieta obligada le había quitado algunos kilos de peso. De vez en
cuando se podía apreciar una sombra sospechosa en la costa que al final era de
algún pescador aficionado.
Recordaba cada detalle
del cuento del Psiquiatra y recordaba perfectamente el final.
“-Teniente, no hemos encontrado ningún indicio
que nos revele la desaparición del Dr. Hanz —comentaba el Jefe del Grupo— pero
los Especialistas han llegado a la conclusión de que la víctima fue llevada
hasta la orilla del mar. Se encontraron restos de sangre humana, en ese lugar.
Al parecer, trataron de limpiar la sangre derramada con mucho esmero. Esto nos
indica que a la víctima le causaron heridas en estado inconsciente o muerto.
Los buzos no encontraron en el fondo del mar, alrededor de la isla, ninguna
muestra sospechosa. Nuestra hipótesis es que fue golpeado, envenenado o
estrangulado, arrastrado hasta la orilla y descuartizado. Esto último con el
fin de ser trasladado a la playa sin levantar sospecha y enterrarlo en
cualquier lugar. Este es el patrón, según estudios realizados, en personas con
comportamiento como el de Coro. Este joven ha sufrido carencia de afectividad
en el hogar, ha soportado la burla de vecinos de este pueblo y eso conlleva que
el individuo se encuentre frustrado en la vida. En muchos casos, el enfermo
siente la necesidad de suicidarse, pero en otros, el miedo a morir los induce a
asesinar. –Después de una breve pausa, continuó— Tenemos que llevarnos al joven
y lo más probable es que sea enjuiciado y condenado. Si se comprueba que fue un
caso de demencia es posible que cumpla su condena en un psiquiátrico. Los
vecinos se habían enterado de que Coro sería trasladado a la capital provincial
y algunos de ellos se encontraban en la calle. La Comitiva policial salió de la
Comisaría acompañado del joven e introducido en un todo terreno. A través de
las ventanas del vehículo se despedía de ellos, oscilando la mano. Entre los
vecinos se podía apreciar la pena y lástima que sentían por el muchacho y a más
de uno se le salieron las lágrimas, principalmente a Pancracia, la anciana que
siempre le brindó ayuda. Coro fue internado en un psiquiátrico hasta su
fallecimiento ocurrido un mes después, a la edad de 35 años, producto de un
derrame cerebral. Dicen los enfermeros que cada vez que oía o veía algo
relacionado con los simios, sufría ataques severos que le duraban varios
minutos.
Los
monos hambrientos se lanzaron al mar para llegar a la costa en busca de
alimentos. Muchos murieron en el intento, ahogados o comido por los tiburones.”
Tenía
que atrapar al asesino para poder demostrar la inocencia del joven. ¿Pero cómo
lo demostraría?
–“Teniente, no hemos encontrado
ningún indicio que nos revele la desaparición del Dr. Hanz comentaba el Jefe
del Grupo— pero los Especialistas han llegado a la conclusión de que la víctima
fue llevada hasta la orilla del mar. Se encontraron restos de sangre humana, en
ese lugar. Al parecer, trataron de limpiar la sangre derramada con mucho esmero.
Esto nos indica que a la víctima le causaron heridas en estado inconsciente o
muerto. Los buzos no encontraron en el fondo del mar, alrededor de la isla,
ninguna muestra sospechosa. Nuestra hipótesis es que fue golpeado, envenenado o
estrangulado, arrastrado hasta la orilla y descuartizado. Esto último con el
fin de ser trasladado a la playa sin levantar sospecha y enterrarlo en
cualquier lugar. Este es el patrón, según estudios realizados, en personas con
comportamiento como el de Coro. Este joven ha sufrido carencia de afectividad
en el hogar, ha soportado la burla de vecinos de este pueblo y eso conlleva que
el individuo se encuentre frustrado en la vida. En muchos casos, el enfermo
siente la necesidad de suicidarse, pero en otros, el miedo a morir los induce a
asesinar. — hizo una breve pausa y continuó— Tenemos que llevarnos al joven y
lo más probable es que sea enjuiciado y condenado. Si se comprueba que fue un
caso de demencia es posible que cumpla su condena en un psiquiátrico. Los
vecinos se habían enterado de que Coro sería trasladado a la capital provincial
y algunos de ellos se encontraban en la calle. La Comitiva policial salió de la
Comisaría acompañado del joven e introducido en un todo terreno. A través de
las ventanas del vehículo se despedía de ellos, oscilando la mano. Entre los
vecinos se podía apreciar la pena y lástima que sentían por el muchacho y a más
de uno se le salieron las lágrimas, principalmente a Pancracia, la anciana que
siempre le brindó ayuda.
Coro fue internado en un psiquiátrico
hasta su fallecimiento a la edad de 45 años. Dicen los enfermeros que cada vez
que oía o veía algo relacionado con los simios, sufría ataques severos que le
duraban varios minutos..
Los monos hambrientos se lanzaron al
mar para llegar a la costa en busca de alimentos. Muchos murieron en el
intento, ahogados o comido por los tiburones.”
Tenía
que atrapar al asesino para poder demostrar la inocencia del joven. ¿Pero cómo
lo demostraría? Esa noche estaba tan
oscura que era imposible ver a dos pasos. Le era imposible divisar al asesino si
llegaba con otro cadáver. Tenía que bajar de la montaña y situarse cerca de la
playa. Desde luego que correría el peligro de ser visto. ¡Tenía que camuflarse
con esmero! Los grillos dejaban oír
sus sonidos penetrantes y de vez en cuando una lechuza avisaba que estaba listo
para cazar, coincidiendo con él. Se
había acostado junto a un tronco de cocotero y cubierto con dos hojas del
árbol. A media noche sintió que alguien arrastraba un bulto. Sólo veía las
siluetas. Las figuras se introdujeron en el agua y, la que parecía un hombre
arrastraba el bulto como si de una canoa se tratara. Después de varios minutos
de haber llegado a El Morrillo, la figura volvía nadando para la costa. Tenía
dos opciones detenerlo o seguirlo. Examinó su revólver y se incorporó para
esperar, recostado al cocotero, a la persona que se acercaba. Apenas llegó, se disponía a caminar a
lo largo de la costa, con el agua a media piernas, cuando el inspector, gritó
con toda su fuerza: ¡Alto!. La figura se detuvo y el anduvo con precaución hacia el supuesto
asesino. La oscuridad no le dejaba divisar el rostro del individuo por lo que
se tuvo que acercar lo suficiente para darse cuenta del error cometido. El
supuesto asesino se volteó y con la rapidez de un rayo saltó sobre su pecho y
le dio un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente.
El
sol abrazaba su rostro cuando abrió los ojos. Los pequeños crustáceos
desfilaban frente a sus ojos en una demostración de burla. Se levantó y sintió
mareo. Necesitó recostarse a un cocotero. Tenía la absoluta seguridad de la
identidad del asesino. Pero cómo lo atraparía y cómo demostraría su
culpabilidad ante el juez.
Al
día siguiente fue a la tienda de Gerónimo y le hizo un pedido inusual. El
dependiente le contestó que tardaría unos dos o tres días en servirle pues
había que pedirlo a la capital. Después
visitó a Pancracia. La anciana, con lágrimas en los ojos, relató lo sucedido y
la vida de Coro. El relato confirmaba, aún más, la teoría sobre el presunto
asesino. El Jefe de la policía le
había comunicado sobre otro asesinato aparecido en el Morrillo. Se trataba del
Dr. Nogueira, el sospechoso de algunos vecinos. Este último crimen había
desconcertado a aquellos que lo incriminaban
El
encargo realizado a Gerónimo había llegado. Esperó que transcurriera algunos
días. El asesino hasta ese momento cometía los crímenes con no menos de dos
meses entre uno y otro. Se apostó en un sitio de donde podía divisar los
accesos a la playa. Todas las noches estaba de vigilia en ese lugar y por el
día se iba al pueblo a descansar.
Tres meses habían pasado desde el último
crimen, cuando una noche divisó al presunto asesino, al parecer, con otro
cadáver sobre sus hombros. Tenía que estar seguro que era su objetivo pues
podía hacerle daño a un inocente. Una vez se había cerciorado que ese era el
objetivo, disparó el dardo que impactó en la espalda. Dejó caer el bulto y
comenzó a correr con dificultad. El inspector fue detrás de él. A los cien
metros, se desplomó. Gutiérrez procedió a enrollar una cuerda alrededor de su
cuerpo excepto la cabeza. Tenía que dejarlo inmóvil y sin ninguna posibilidad
de escape. Una vez terminado se sentó a su lado.
–¡Hola
Inspector! Si hubiera tenido las manos sueltas, aplaudiría con entusiasmo. Pero
supongo no me permitirá que le rinda ese honor ─dijo en tono sarcástico el
prisionero.
─Gracias,
es usted muy amable.
─¿
Cómo supo que era yo? – preguntó.
─Te
voy a leer un fragmento del cuento que escribió un Dr. Amigo mío y que ha
atendido a Coro. ¿Lo recuerdas? Te voy a leer lo que contó Coro.
“El Dr. Hans, al verlo, le dijo:
– ¡Oh, Coro! Entrar. Yo estar contento.
Pero sentarse, please. – Se mostraba alegre y en sus ojos se le podía ver esa
luz que nos sale de nuestro interior, esa luz que brilla por la energía de
nuestras emociones.
El joven entró, se sentó y preguntó:
–
¿Qué pasó Docto?
–Tú escuchar. Yo lograr final feliz.
Lograr mono igual a hombre. ¿Entiendes?
–Docto, no sé qué usted dice. ¿Mono
igual a hombre?
–Sí. Por fuera ser mono pero por
dentro ser hombre. Mono pensar y actuar igual a hombre. Ven, ir conmigo.
Coro siguió al Dr. Hasta el
laboratorio. En una especie de camilla se encontraba Lucio, el chimpancé
preferido del Doctor sobre el cual había estado haciendo sus “experimentos”.
Como pudo le fue explicando al joven su “logro” científico. Le decía que el
hombre desciende del mono pero en algún momento, en su evolución, ocurrió una
mutación en unos individuos y fue cambiando durante miles de años para llegar a
lo que somos hoy. Él había logrado descubrir y aislar la zona del cerebro donde
ocurrió la mutación, gracias a un medicamento elaborado por él, extraído de las
algas, erizos y estrella de mar. Le fue inyectando dosis hasta que las células
afectadas siguieron el patrón humano. Coro escuchaba esas explicaciones con la
boca abierta y sin entender nada. Miraba a Lucio tendido en aquel camastro y le
parecía que estaba muerto. Pensó que el Doctor había matado al mono y hasta
sintió miedo. En cuanto el científico se entretuvo se apresuró a despedirse, no
sin antes echar una ojeada al chimpancé. Remó con fuerza y mientras remaba, en
dirección a la paya, podía observar al científico acariciando los monos
mientras paseaba entre ellos. Casi como un suspiro, dijo: ¡Bah! ¡Qué gusto!
¡Vivir entre monos!
Al día siguiente, el joven repetía el
mismo recorrido de todos los días sin saber que, en esta ocasión, todo iba a
ser distinto. En El Morrillo le esperaba una gran sorpresa que cambiaría su
vida.
Los primates no lo esperaban como
siempre, por el contrario estaban todos en la parte más alta de El Morrillo
donde había grandes rocas de mármol y de donde se podía observar todo el
islote. Es extraño, pensó. Primera vez que ocurría. Bajó del bote las
mercancías y fue directo pero muy despacio a la caseta. Presentía que algo malo
había ocurrido. Según se acercaba, se ponía más nervioso. La puerta estaba
abierta. Se detuvo en el umbral y se asustó al ver en la mesa, desayunando, a
Lucio. Miró hacia todos los rincones de aquella pequeña construcción, pero el
Dr. Hanz no estaba. Se quedó helado cuando escuchó una voz desconocida.
– ¿Buscas al Doctor? –Era la voz de
Lucio.
– Si…sí… ¿Dónde está? –balbuceó Coro.
– Ven. Siéntate. Tenemos que hablar
Con las piernas temblando que apenas
podía caminar, se dirigió despacio hacia la mesa y se sentó frente al simio.
– Escucha, Coro. El Dr. Hanz no
existe. He obligado a mis amigos que se lo comieran. Sus huesos fueron quemados
y las cenizas esparcidas en el mar.
– ¿Qué dices? ¿Cómo pudiste hacer eso
Lucio?
– Coro, ¿Sabes que hizo él conmigo?
¿Crees que buscaba mi felicidad, mi integración en una sociedad más
deshumanizada que nosotros? No. Buscaba fama, gloria, reconocimientos mientras
a mí me exhibiría como algo raro, único en el mundo. Nos sacan de nuestro hábitat
para encerrarnos y mostrarnos a los humanos como forma de diversión. El destino
de este planeta es su destrucción. Ustedes, los civilizados, están exterminando
especies animales y vegetales, contaminando nuestros ríos y mares y haciendo
más irrespirable nuestra atmósfera. Prefiero vivir en la selva, en las
montañas, pero libre.
– Lucio, pero… ¿Asesinar?
–No he asesinado. Hemos eliminado a
un asesino. ¿Acaso crees que los asesinos son aquellos que únicamente matan a
seres humanos? Y los que matan animales para exhibirlos como trofeo y tomarse
encantadoras imagen con la presa muerta a sus pies, ¿No son asesinos? ¿Sabías
que el Doctor asesinó a un prófugo de la justicia para extirparle el cerebro y
realizar experimentos conmigo?
– Te encerraran o mataran.
– No, Coro. Pienso vivir libre por
mucho tiempo, pero antes tengo que
eliminar a todos los de bata blanca de este pueblo. Ahora vete y dile a
todos lo que ha sucedido con el Dr. Hans.”
─Por
supuesto, nadie creyó la historia del joven y fue internado en el Psiquiátrico.
Pero descubrí en el primer cadáver un pelo que analizado en el laboratorio
decía que no era humano. Por lo tanto creí la historia, Lucio.
─
¿Entonces le dirás al juez que yo era el asesino? No creo que te den la razón
porque me comportaré como lo que soy, un simio. Por otra parte, si me matas te
acusaran de asesinar a un pobre mono. ¡Lo tienes difícil, Inspector!
─Tengo todo previsto. No serás el
asesino, Serás uno de los monos sobrevivientes del Morrillo. El asesino recibió
dos disparos de mi pistola, soltó el cadáver y cayó al agua. No pude hacer
nada. ¡Los tiburones dieron cuenta de él! Tú no podrás hablar porque de lo
contrario seguirán haciendo experimentos contigo. ¡Al final, eres un caso
extraordinario digno de una investigación profunda!
El inspector no pudo liberar a Coro
quien había fallecido. Cada cierto tiempo visitaba el zoológico y podía
percibir la mirada de odio de un simio, Lucio.
Autor: Pedro Celestino Fernández
Arregui
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