¿Dónde está
Catalina?
Fernando
trabajaba, como soldador, en una fábrica de bombonas para gas. El trabajo era
agotador y al terminar la jornada se tomaba dos cervezas en un bar cerca de la
fábrica. Al llegar a casa, Catalina lo esperaba con un rosario de quejas y lo
ofendía de mala manera. Todos los días se podía escuchar algo parecido a esto:
–¡No
te sientes en los muebles! Eres un asqueroso, no haces nada en la casa. Hay que
pintar, arreglar el grifo del baño y nada, no haces nada. El colmo, el estante
que está en el lavadero, roto desde hace un año y tú, siendo soldador, no lo
arreglas.
Un
viernes Fernando bebió más de lo debido.
Hasta el lunes no tenía que trabajar. Llegó a su apartamento y se tiró en el
sofá de la sala sin oír el escándalo que le formó su esposa. De madrugada se
levantó y estuvo trabajando todo el sábado, intrigando a sus vecinos por el
ruido y por no escuchar la voz chillona de Catalina.
Aquel
domingo se respiraba un aire de paz en aquel edificio como no había ocurrido
desde hacía varios años. Cuando Fernando fue a comprar el pan, algunos vecinos,
le preguntaron por Catalina y entonces una tímida lágrima se asomaba en sus
pestañas mientras contestaba que lo había abandonado.
Los
años pasaron. Fernando se encontraba esperando el final de su vida padeciendo
una enfermedad terrible en una Residencia para ancianos. La última noche de su
vida, sintió en el rostro un viento suave y frío. Abrió los ojos pensando que
la ventana estaba abierta y para su asombro, ante él se encontraba Catalina.
¡No podía ser! Debía ser una alucinación, pensó.
–Pensé
que eras tonto – dijo Catalina con su voz de pito y continuó– ¡Qué bien lo
hiciste! Los vecinos escuchaban mis refriegas y sabían que no era posible que
viviéramos juntos mucho tiempo. Era normal que se tragaran
la versión de abandono. ¿Desde cuándo habías planeado eliminarme?
Te robaste una a una las bombonas y las guardaste. Cortaste aquellas cuatros
bombonas por las soldaduras, las rellenaste con trozos de mi cuerpo, las
volviste a soldar y la pintaste de nuevo. ¿Quién va a sospechar que mis restos
están ahí? Ahora vas para donde estoy yo y ahí, no podrás inventar nada para
deshacerte de mí.
El
cuerpo sin vida de Fernando fue encontrado en el piso de la habitación. Su
rostro era una máscara de horror.
Pedro
Celestino Fernandez Arregui
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