miércoles, 26 de junio de 2019

Amor, Deseo y Humillación






                                                      AMOR DESEO Y HUMILLACIÓN

   Alberto se sentía bien los domingos que acudían los reservistas a la Unidad Militar para recibir instrucciones y prácticas con las armas, porque esos días acudía Marcelo, un reservista de treinta y dos años, trabajador en un almacén de víveres, casado y con tres hijos de ocho, diez y trece años. Desde el primer momento se enamoró de él pero sabía que era un imposible.
   A Marcelo le gustaba aquel recluta de gestos delicados, amable, servicial y trabajador. De todos los reclutas del campamento, ése era el que apreciaba. Deseaba que su hijos fueran como Alberto y estaba seguro que el joven llegaría a ser un buen profesional en cualquier trabajo o un buen oficial si seguía en el ejército.
   Un día la Unidad fue movilizada y enviados a Angola. En el viaje hacia ese país, estuvieron en el mismo camarote y una vez en tierra siempre estuvieron juntos. Sin saberlo, Marcelo cada día y en todo momento era blanco de las miradas de Alberto. El amor que sentía por él crecía cada día que pasaban juntos.
   Los meses transcurrieron y los integrantes de la Unidad buscaban tener relaciones sexuales con las nativas, pero Marcelo decía, para satisfacción de Alberto, que él no se acostaba con mujeres desconocidas que pudieran transmitirle alguna enfermedad de transmisión sexual, tan común en aquellos años.
   Una vez, Alberto escuchó a Marcelo conversando con un compañero. Marcelo decía que tenía tremendo deseos de tener sexo a tal punto que era capaz de tener esa satisfacción hasta con un “maricón” y al joven le dio un vuelco al corazón.
Esa misma tarde, en el baño, Alberto consiguió estar cerca de Marcelo y como si fuera un descuido, rozó su glúteo por su pene. Pidió disculpa, pero pudo apreciar que el reservista había tenido una pequeña erección.
Por la noche, cuando todos dormían, el recluta se acercó a la litera de Marcelo y le dijo al oído que quería estar con él. Lo esperaría en unos matorrales junto a un aguacatero.
Marcelo se quedó mudo. Tuvo deseos de partirle la cara pero algo lo contuvo. Nunca había pensado que el joven era homosexual. En su cerebro varias ideas cruzaban su mente. Algunas lo incitaban a encontrarse con el chico, otros pensamientos le decían que el era un hombre y los hombres no se acostaban con homosexuales porque como decía la gente “el que apunta, banquea” Al final, pensó que nadie se enteraría y que iba a terminar con el “atraso” que tenía. Alberto iba hacer el amor con el hombre que hacía mucho tiempo deseaba y Marcelo se sentiría satisfecho sexualmente. Lo que ninguno de los dos imaginaron es que habían sido observado por otro soldado que regresaba a la Unidad después de haber tenido una cita con una chica.
A la mañana siguiente, las compañías formaron como lo hacían habitualmente. Una vez formados. El Jefe de la Unidad nombró a Marcelo y Alberto para que salieran de la fila y se pusieran a su lado.
Los dos se imaginaban el por qué y mas cuando vieron al Político situarse junto a ellos y dirigiéndose a la tropa, dijo:
–¡Compañeros, atiendan! Ha sucedido algo bochornoso que no puede ser permitido en nuestro glorioso ejército, un ejército heredero de las mejores tradiciones de valor y heroísmo. Un ejército forjado por hombres como Maceo contra los colonialistas, con hombres que se enfrentaron a los bandidos del Escambray, a los mercenarios de Playa Girón y en misiones internacionalista. Como vamos a permitir el homosexualismo entre nuestras filas. Estos dos –dijo dirigiéndose al reservista y al recluta– son “maricones” y eso es denigrar al ejército y a la Revolución. El Estado Mayor ha decidido enviarlos de regreso a Cuba. Mientras estén aquí, seguirán como hasta ahora pero dormirán en barracas distintas y se les prohíbe salir de noche. Podrán salir cuando les toque hacer la guardia que por supuesto no será el mismo día.
   Alberto estaba avergonzado por Marcelo. Había sido culpa de él, pero lo amaba. Por el contrario para Marcelo aquello había sido la vergüenza mas grande de su vida. Había sido humillado delante de todos. ¡Si se enteraban sus hijos!
   –Marcelo, tienes guardia en la parte trasera del campamento de doce a dos de la mañana.

   Todos dormían. De pronto, los soldados se despertaron al oir una ráfaga de disparos. Todos tomaron su fusil y acudieron a cubrir sus respectivos puestos de combate. No se escuchaba mas nada. Alguien les dijo que regresaran a sus albergues.
Por la mañana, Alberto lloraba desconsoladamente. La noticia sorprendió a todos. Marcelo había puesto su fusil en modo ráfaga y había apoyado el cañon en el pecho.
El reservista había muerto con el corazón destrozado.

En Cuba, una mujer y sus hijos lloraban, al recibir la comunicación de la muerte de Marcelo en combate.


Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui

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