ANTONIO
Decía mi abuelo que el campesino debía oler a tierra y no a gas oíl, debía respirar el humo del carbón y no el que despide los equipos agrícolas y que era necesario que amara la flora y la fauna como a su propia familia.
Así era Antonio, un campesino de
“pura cepa” que vivía en un humilde bohío junto a un pequeño
arroyo. Sabía si llovería con solo observar el cielo, conocía
perfectamente los lugares idóneos para cada cultivo, como combatir
de manera natural las plagas y como lograr que las vacas dieran mas
leche.
Relacionaba todo lo que le rodeaba
con la humanidad y en cierta ocasión, me dijo: “ En las aves veo
reflejado lo cotidiano del ser humano. Ves esas auras tiñosas? La
gente le tiene asco, repugnancia y yo me embeleso verlas volar como
si bailaran un vals sostenidas por manos invisibles pero además,
mantienen limpio nuestros campos de cuerpos muertos evitando la
propagación de enfermedades. No has oído cantar al sinsonte? Su
melodía es un canto a la libertad y siempre lo hace en lo mas alto
de los árboles. Admiro a las “tojosas” siempre unidas el macho y
la hembra, cuidándose uno al otro. Y los pitirres? El padre y la
madre por cuidar a sus polluelos son capaces de enfrentarse a las
aves mas poderosas. Así es la humanidad. Hay de todo: pitirres,
auras, sinsontes, cuervos y muchas más.”
Hace unos días fuí al cementerio y
encima de la cruz de la tumba de Antonio, un sinsonte trinaba como
nunca había oído.
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