La Creación
Paseaba por la playa dando salticos y girando con sus brazos abiertos, mientras sus pies descalzos dejaban en la arena la huella de todas sus evoluciones. De pronto se detuvo. A escasos metros, tendido boca abajo sobre la arena y sus espaldas semi-cubiertas de la espuma que dejan las olas, yacía un hombre desnudo. Se acercó lentamente, temiendo que el ruido de sus pisadas en la arena lo despertara. Sintió vergüenza de pensar que el hombre podía despertar y verla a ella contemplándola. El desconocido se movió y ella salió corriendo despavorida hacia los matorrales cercanos para ocultarse de su vista. En su huida precipitada olvidó el pantanal de arenas movedizas. Cuando se dio cuenta, era tarde. Aquella arena comenzó a engullirla, despacio pero dispuesta a desaparecerla. Comenzó a grita con todas sus fuerzas. La arena cubría la mitad de su cuerpo. Miraba al cielo pidiendo perdón a Dios cuando sintió que una vara le tocaba el cuerpo. Se aferró a ella y poco a poco fue saliendo de aquella tumba. Cuando sus pies pisaron tierra firme, se dio cuenta de que el hombre desnudo estaba frente a ella. No sintió vergüenza. Se fueron acercando uno al otro, mirándose a los ojos hasta llegar a tocarse los dos cuerpos desnudos. Los labios se besaron y las manos acariciaban todas las partes de sus cuerpos. Se fueron inclinando. Se arrodillaron y luego se tendieron. Comenzaron con un acto desconocido que los embriagaba y les daba satisfacción. Habían sembrado una nueva vida. Ella se llamaba Eva y él se llamaba Adán.
Pedro Celestino Fernández Arregui
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