sábado, 11 de junio de 2016

Fuga en el Medieval







                        Fuga en el Medieval

Todo estaba previsto. Un guardia del castillo, amigo nuestro, había tomado una muestra en cera de la llave del calabozo. El acceso sería por el almacén. Entraríamos con un carro lleno de mercancías y vestidos como campesinos.
Llegó el día y todo fue a pedir de bocas. Mientras Pepe descargaba la mercancía, me dirigí directamente a la cocina y de ahí por un pasillo oscuro hasta la celda. Para más suerte el guardia estaba dormido, sentado en un taburete. Tomé su espada y se la alcancé a Carlos, el prisionero, después le quité el cinturón y lo até por el cuello a un barrote, muy sigilosamente para que no se despertara. Las llaves estaban en el suelo y salimos por el mismo pasillo. Al llegar al almacén, diez guardias fuertemente armados de arcabuces y espadas, nos esperaban. Fuimos unos tontos. No registramos al centinela y pudo avisar por el teléfono móvil.
Pedro Celestino Fernandez Arregui




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