Fuga
en el Medieval
Todo
estaba previsto. Un guardia del castillo, amigo nuestro,
había tomado una muestra en cera de la llave del
calabozo. El acceso sería por el almacén. Entraríamos
con un carro lleno de
mercancías y vestidos como campesinos.
Llegó el día y todo fue a pedir de bocas. Mientras Pepe descargaba
la mercancía, me dirigí directamente a la cocina y de
ahí por un pasillo oscuro hasta la celda. Para más
suerte el guardia estaba dormido, sentado en un taburete.
Tomé su espada y se la alcancé a Carlos, el prisionero,
después le quité el cinturón y lo até por el cuello a
un barrote, muy sigilosamente para que no se despertara.
Las llaves estaban en el suelo y salimos por el mismo
pasillo. Al llegar al almacén, diez guardias fuertemente
armados de arcabuces y espadas, nos esperaban. Fuimos
unos tontos. No registramos al centinela y pudo avisar
por el teléfono móvil.
Pedro Celestino Fernandez Arregui
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