jueves, 18 de noviembre de 2021

El Patio

 

                                           


                                                      

                                               EL PATIO

El patio de la residencia de Balmaseda tenía fama en toda la ciudad. Cuando construyó el palacete quiso que estuviera fusionado un patio andaluz con elementos cubanos. Así mandó a construir una gran fuente en el centro. La fuente de unos tres metros y medios de diámetro tenía en el centro una bailarina española sobre un pedestal que imitaba a una plaza de toros. La bailarina llevaba pelo negro, largos pendientes en sus orejas, en sus manos sendas castañuelas, saya larga hasta los zapatos y en sus hombros un mantón por donde, en su borde inferior, salían finísimos hilos de agua que al caer hacían burbujas con las que jugaban los varios pequeños peces de colores que allí vivían. Alrededor de la fuente, separados por un pasillo de dos metros, cuatros bancos de roble situados equidistante, pero con uno de ellos situado frente a la bailarina. Detrás de los bancos, había hermosas rosas de todos los colores y tamaños.
El señor Balmaseda miraba pensativo a su hija sentada, en el mismo banco de siempre, leyendo poemas de José Ángel Buesa. Siempre llevaba libros con poemas de Gustavo Adolfo Bécker, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda y otros. Sabía que ante su vista tenía una obra de teatro que no reflejaba la verdad del personaje, En este caso su hija. Sabía que a pesar de sus sonrisas, en su corazón encerraba mucha tristeza. Todo comenzó en una tarde de Abril.
 
Don Gregorio Balmaseda observaba desde la ventana de su habitación, a su hija Beatriz y al estudiante de medicina Alberto Lemus. Cuando se levantaron del asiento se dieron un beso apasionado.
Cuando Beatriz entró al salón lo esperaba su padre.
– ¿Qué te crees? Una niña dejándose besar por un hombre al aire libre. Eso que has hecho no es digno de una joven de nuestra altura. Una familia que ha mantenido durante muchos años el respeto y la decencia, la moral y las buenas costumbres de lo mejor de la sociedad. –terminando de hablar, bofeteó a la joven que se marchó apresuradamente y llorando a su habitación.
Las visitas de Alberto continuaban, pero no había besos.
Dos años después, Balmaseda sufre un accidente al ser embestido por un toro y recibir heridas graves. En el hospital fue atendido por varios cirujanos y el recién graduado Dr. Alberto Lemus que le dedicó su atención y cuidados durante todos los momentos libres que tenía.
Don Gregorio Balmaseda había quedado con parálisis parcial y los médicos le aconsejaron a su hija que evitara darles disgustos porque podía agravar su estado de salud.
Dos días antes de salir del hospital, llamó al Dr. Lemus.
– Doctor, usted se ha portado muy bien conmigo y se lo agradezco en el alma. Quiero decirle que estoy de acuerdo en que usted se case con Beatriz.
– Señor, estoy muy agradecido con la distinción de agradecimiento que me hace, pero quiero decirle algo. Su hija no es un objeto, una mascota o una planta que se brinda o se regala para agradecer o felicitar. Su hija es una mujer con conciencia y criterio propio y no necesita permiso de nadie para decidir en algo y mucho menos en el amor. Hablaré con ella y le pediré que se case conmigo, pero no le diré jamás de lo que hemos hablado. Muchas gracias y le deseo una rápida recuperación.
Esa noche, Alberto Lemus visitó la residencia de los Lemus. Se sentaron en el mismo banco de siempre junto a las rosas y de frente a la bailarina española.
– Mi amor, hace tiempo nos amamos. En esta noche, frente a la fuente, bajo la Luna y con el aroma de las rosas, te pido que te cases conmigo.
– Alberto, siempre te he amado y te amo, pero no es justo casarnos en la situación que está mi padre.
– Tu padre no se recuperará nunca y nosotros tenemos na vida por delante para amarnos y cuidar de él.
– No, Alberto. No puedo hacer eso.
– Eres una chica de buenos sentimientos y buen corazón, pero no me amas. El amor es algo que no se supedita a nada, ni siquiera a la muerte, porque aunque no lo creas se sigue amando cuando desaparecemos de la vida terrenal. Siento no poder tener una vida en común contigo y solo deseo que seas feliz. Adiós, Beatriz.
El joven se marchó con su corazón destrozado y sus ojos humedecidos, mientras Beatriz mencionaba, como en un susurro su nombre, y por sus mejillas corrían las lágrimas.
 

Pcfa

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario