EL HORNO
Perico
vivía en el campo, sólo, en una choza adornada por su pobreza. Se ganaba la
vida limpiando los campos de marabú y luego hacía los hornos para vender
carbón. Era muy joven, porque joven quedó huérfano y sin otra familia. No sabía
de fiestas ni de alegría porque eso no llegaba a su corazón solitario.
Cada
cierto tiempo, Perico transitaba las calles del pueblo vendiendo carbón en una
caretilla. No sabía que Matilde, una jovencita muy hermosa, se había fijado en
él.
Matilde,
desde su ventana, observaba a Perico cuando pasaba frente a su casa. Ellos no
necesitaban carbón ni tenía idea de cómo conversar con él.
El destino es imprevisible y nadie sabe la
sorpresa que nos puede dar. Podemos decir destino o casualidad, pero también
podemos decir que es una causalidad, lo cierto es que nunca sabemos lo que nos
depara el futuro como quieras que se vista.
Perico tenía como medida para la venta,
una lata vacía de aceite. Estaba despachando una lata, precisamente en la casa
frente a la de Matilde, cuando la tierra comenzó a temblar fuertemente. Las
casas de tablas resistían, pero la de Matilde, una casa fuerte de cemento se
vino abajo ante sus ojos. Corrió hacia la casa para socorrer a la familia.
Logró sacar de los escombros, mal heridos, a los padres de la joven. No sabía
que ahí vivía una joven que estaba enamorada de él.
Pasó el tiempo y un día, vendiendo carbón
por las calles, se le acercó una joven.
–¡Hola! Quisiera darle las gracias.–Se
volteó y entonces vio los ojos más lindos que había visto en su vida. Apenas
podía hablar.
–Gracias por salvar a mis padres –añadió
ella.
Ese día comenzó una relación hermosa entre
los jóvenes. Ella se fue a vivir con él a la choza y le ayudaba hacer carbón.
Con el tiempo, el enfermó. Le dejó una
nota a su mujer que decía: “El fuego que
hay en mí, es el fuego del amor. Mi cuerpo no resiste, pero quiero que sepas
que seguiré dando luz. Por favor, cuida el horno”
Matilde se quedó sola, pero cumplió con lo
que su marido le había dicho. Hizo el carbón y lo vendió. Entre los “siscos”,
como se le decía a los pequeños carbones que quedaban cuando se sacaba todo el
carbón, aparecieron huesos humanos que ella recogió y los guardó en una caja
hasta su muerte.
Pcfa
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