lunes, 7 de diciembre de 2020

El Horno


 

                                EL HORNO

 

Perico vivía en el campo, sólo, en una choza adornada por su pobreza. Se ganaba la vida limpiando los campos de marabú y luego hacía los hornos para vender carbón. Era muy joven, porque joven quedó huérfano y sin otra familia. No sabía de fiestas ni de alegría porque eso no llegaba a su corazón solitario.

Cada cierto tiempo, Perico transitaba las calles del pueblo vendiendo carbón en una caretilla. No sabía que Matilde, una jovencita muy hermosa, se había fijado en él.

Matilde, desde su ventana, observaba a Perico cuando pasaba frente a su casa. Ellos no necesitaban carbón ni tenía idea de cómo conversar con él.

El destino es imprevisible y nadie sabe la sorpresa que nos puede dar. Podemos decir destino o casualidad, pero también podemos decir que es una causalidad, lo cierto es que nunca sabemos lo que nos depara el futuro como quieras que se vista.

Perico tenía como medida para la venta, una lata vacía de aceite. Estaba despachando una lata, precisamente en la casa frente a la de Matilde, cuando la tierra comenzó a temblar fuertemente. Las casas de tablas resistían, pero la de Matilde, una casa fuerte de cemento se vino abajo ante sus ojos. Corrió hacia la casa para socorrer a la familia. Logró sacar de los escombros, mal heridos, a los padres de la joven. No sabía que ahí vivía una joven que estaba enamorada de él.

Pasó el tiempo y un día, vendiendo carbón por las calles, se le acercó una joven.

–¡Hola! Quisiera darle las gracias.–Se volteó y entonces vio los ojos más lindos que había visto en su vida. Apenas podía hablar.

–Gracias por salvar a mis padres –añadió ella.

Ese día comenzó una relación hermosa entre los jóvenes. Ella se fue a vivir con él a la choza y le ayudaba hacer carbón.

Con el tiempo, el enfermó. Le dejó una nota a su mujer que decía: “El fuego que hay en mí, es el fuego del amor. Mi cuerpo no resiste, pero quiero que sepas que seguiré dando luz. Por favor, cuida el horno”

Matilde se quedó sola, pero cumplió con lo que su marido le había dicho. Hizo el carbón y lo vendió. Entre los “siscos”, como se le decía a los pequeños carbones que quedaban cuando se sacaba todo el carbón, aparecieron huesos humanos que ella recogió y los guardó en una caja hasta su muerte.

 

Pcfa

 

 

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