miércoles, 20 de mayo de 2020

Júcaro




                                                 Júcaro



Dice una leyenda que Siglos atrás, la Isla fue azotada por innumerables enfermedades que amenazaba con exterminar la población indígena que la habitaba. Los caciques y los brujos de las distintas tribus existentes se reunieron junto a las márgenes de la desembocadura de un río para tomar las medidas que pudieran terminar con los sufrimientos de sus pueblos.

Júcaro era el cacique mas joven y valiente que gobernaba en el territorio, el cual se había ganado el respeto y consideración de todos sus coterráneos en las escaramuzas sostenidas con grupos invasores de otras islas y por sus decisiones acertada en la dirección de su tribu. El joven era la máxima autoridad entre todos los jefes tribales.

Todos los presentes, en dicha reunión, pusieron sus respectivos puntos de vistas. Un jefe decía que los taínos los habían maldecidos y le pedían a los Dioses que los castigaran, otros que era la maldición de los dioses por el mal comportamiento de miembros de las distintas tribus y así cada uno fue exponiendo su criterio mientras llenaban el ambiente de humos de sus respectivos cohíbas. Júcaro se incorporó. Los demás, en sus posiciones de cuclillas, escuchaban atentamente.

–“¡Hermanos! He escuchado de ustedes las posibles causas de nuestras desgracias, pero no han ofrecido soluciones y eso me preocupa. Los que dirigimos a nuestros pueblos tenemos que analizar las causas, pero también las soluciones de todo lo que les afecta. Les hemos pedido a los dioses, pero no hemos recibido respuestas, lo cual quiere decir que tenemos que hacer algo que les llame la atención. En ocasiones, tenemos que sacrificarnos para que nuestro pueblo sea feliz porque siendo ellos felices, todo será mucho mejor. Propongo quedarme en este mismo lugar, sin alimentos, sin agua, solo, hasta que los dioses hablen conmigo.”

Todos se miraron asombrados y algunos protestaron diciendo que no eran necesario, pero el joven guerrero estaba dispuesto a sacrificarse en contra de la voluntad de los demás.



 Los mosquitos, el hambre y la sed fueron deteriorando el organismo de aquel aborigen valiente, según iba pasando los días y las noches. Llegó el momento que no podía incorporarse y su cuerpo tostado por el ardiente sol y lleno de picaduras de insectos, se encontraba tendido en la hierba caliente, con los brazos en cruz y su rostro hacia el cielo.

Un día, apenas podía abrir los ojos, cuando escuchó una voz distinta, una voz como una melodía que le reveló un acontecimiento que sería el remedio para terminar con las calamidades que padecían los pueblos del territorio.

Cuando lo vieron llegar, transportado en una parihuela, la aldea entera salió corriendo para recibir al Gran Jefe. Apenas en un susurro, pudo decir: “Los dioses me han concedido el honor de decirles que mañana al amanecer, brotarán varios manantiales, a pocos metros de la aldea, en las márgenes de este río. Esos manantiales sanarán las enfermedades y ustedes volverán a ser felices” Terminó de pronunciar las últimas palabras, sus ojos se cerraron y su corazón dejó de latir.

De todas partes de la Isla llegaban a recoger agua de los manantiales y las enfermedades fueron remitiendo. Los caciques a propuesta de sus pueblos decidieron bautizar al rio con el nombre de Júcaro, aquel valeroso joven que ofrendó su vida por el bienestar de su pueblo.

De los manantiales de Santa Fe, sigue brotando las milagrosas aguas que han sanado a muchísimas personas de Isla de Pinos, de Cuba y del Mundo.


Autor: Pedro Celestino Fernández Arregui

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