Campo Minado
El enemigo se
encontraba lejos de nuestra posición. En cualquier momento ellos tratarían de
romper nuestra defensa y para prevenirlo, disponíamos de observadores en las
elevaciones cercanas y frente a nosotros, un cartel nos avisaba que el terreno
estaba sembrado de minas antipersonales Por tal motivo, el teniente no tuvo
reparo en autorizarme a cazar algún animal pequeño para aumentar nuestro
rancho.
Salí armado solamente
de un arco y algunas flechas por dos motivos: no hacer ruido que pudiera ser
detectado por el enemigo y porque el uso del fusil en la caza menor provoca
demasiado daño a la pieza. Además, confirmaría la eficiencia, del nativo de la
zona, como maestro de esa arma primitiva.
La mañana era
ideal para apreciar la naturaleza en toda su belleza, las flores silvestres
mostraban sus colores más brillantes y la brisa nos brindaba sus perfumes. Todo
este conjunto de sensaciones nos transportaba a un entorno de paz, muy distinto
al que estaba viviendo.
Poco después de
haber salido de la aldea abandonada, campamento de nuestra Unida Militar,
diviso una hermosa liebre. Trataba de acercarme lo más posible para no fallar
en el tiro, pero era imposible por sus constantes movimientos. No llegaba a
tensar la cuerda del arco.
No sé cuánto
tiempo estuve detrás de la presa. Unos gritos me hicieron detenerme: “NO TE
MUEVAS. NO DES NI UN PASO”. Miré hacia el lugar de las voces y tenía delante de
mí, el campamento. Un escalofrío me invadió el cuerpo. Sin percatarme, había
dado un recorrido formando un círculo y había penetrado en el campo minado.
“TEN PACIENCIA. PRONTO LLEGARAN LOS ZAPADORES”. Por mi mente comenzaron a
desfilar aquellos compañeros que visité en el hospital, víctimas de las minas
antipersonales. También aquellos dos niños que se apoyaban en sendas varas de
madera suplantando a la pierna faltante. La escena de Miguel, cuando
asaltábamos la ciudad de Munge. Avanzaba apenas una veintena de metros delante
de mí. Una explosión lo envolvió en una
nube de polvo. Al disiparse, observé horrorizado sus dos piernas desgarradas,
gritando de dolor y perdiendo sangre.
La ambulancia
llegaba pero los zapadores, no. Nunca pensé en la probabilidad de ser un
mutilado de guerra. Lo peor de todo es el doble daño, moral y física.
Desgraciadamente la sociedad, en su conjunto, no asimila esta condición. Para
siempre y para una gran parte, dejarás de ser una persona, serás un mutilado.
Al fin llegaron los técnicos,
desplegaron una hoja de papel sobre el tronco de un árbol y señalaron para
varios lugares. Rompieron a reír a carcajadas. “VAMOS VEN. ESTE CAMPO NO ESTÁ
MINADO” Esas palabras surtieron un efecto demasiado tranquilizador pata tantas
tensión, lo suficiente para desmayarme.
No pude escuchar cuando el zapador jefe le decía al Teniente: “Esta
parte se iba a minar pero luego recibimos una contraorden. Se nos olvidó retirar el cartel.
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