El Jaguar
Verde
Texuacan
soñaba con otro mundo. Desde pequeño miraba el cielo y se recreaba observando
las estrellas. Se imaginaba cada estrella como un mundo mas hermoso que el
suyo, pues solo un mundo puede ser mágico si es capaz de producir tanta luz,
pensaba. Su pueblo habitaba en Balancan, cerca del lago Guanal y desde pequeño
viajaba con su padre hasta Tuxtlas para ayudarlo en las tallas de piezas
decorativas y ornamentales.
Llegó
el momento que el niño se hizo hombre y ser hombre significaba ser guerrero.
Tenía que demostrar su agilidad, inteligencia y fuerza. Debía cazar un tapir,
armado únicamente con su lanza. Era una tarea difícil para cualquier cazador, pues
este animal era muy astuto y de piel muy gruesa.
Faltaba
poco para que el Sol se encodiera, aún no había podido cumplir con su deber,
cuando de pronto apareció muy cerca de él un gran tapir. A la distancia que se
encontraba sabía perfectamente que podía abatirlo. Puso la lanza en posición
horizontal por encima de su hombro y la llevó hacia atrás todo lo que pudo. Iba
a lanzarla cuando se vio rodeado de varias serpientes venenosas, Nayaucas dispuestas
a atacar. Estaba perdido, pero lucharía hasta el final. Sintió un rugido
ensordecedor que retumbó en todo el bosque y como si los Dioses quisieran
ayudarlo, un enorme jaguar verde espantó a las serpientes que lo amenazaban.
Jamás había visto un Jaguar tan grande y mucho menos de ese color. Estaba
paralizado por todo lo sucedido y aquel animal se le acercó y le dijo.
“Texuacan, los Dioses me enviaron para ayudarte. Te convertirás en un Gran
Cacique lleno de sabiduría. Tu pueblo te seguirá y defenderán sus tierras
contra los invasores. Solo quieren que
vayas a las montañas donde está tu padre con varios hombres a los cuales
enseñarás a esculpir grandes cabezas por cada Dios que existe. Luego la traerán
a estos parajes. Mientras mas grandes, mas agradecidos estarán los Dioses y la
sabiduría que tendrás, podrás hallar el modo de traerlas hasta aquí.
Texuacan
se convirtió en un Gran Cacique. Ordenó esculpir grandes cabezas en las
montañas de Tuxtlas. Luego, ordenó hacer una especie de carretera por la selva
de unos diez metros de ancho, hasta su ciudad y en el río se hizo balsas con
grandes troncos de árboles. Según terminaban las cabezas las iban poniendo de
lado por medio de palancas y cuerdas construidas de bejucos. Estas mismas
cuerdas sirvieron para ir rodando las cabezas, pues al construirlas, había
previsto que su exterior fueran redondeados y se tumbaban sobre una larga cuerda. Un extremo lo ataban a algún árbol
y el otro extremo lo pasaban por encima de la cabeza en dirección al primero.
Luego decenas de hombres tiraban hasta hacerla rodar.
Cuando
aquellas enormes cabezas de piedras llegaron a su lugar de destino, el pueblo
Olmeca fue próspero y feliz hasta que siglos después fueron invadidos por los
Mactunes e hicieron sucumbir a Pachimalai, el último cacique Olmeca.
En
las pirámides de las antiguas ciudades se puede ver el Jaguar, su animal
sagrado.
Autor:
Pedro Celestino Fernández Arregui
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