Coincidencia
Miguel salió de la mina, como siempre, tiznado de carbón y el desconsuelo reflejado en su rostro. El trabajo en la mina era duro pero gracias a eso, con el salario percibido, podía sufragar los gastos que ocasionaba su hija pequeña. Miri, como la llamaban, había nacido con una enfermedad rara y con poca esperanza de vida. En los últimos días había estado muy mal y pensó en la posibilidad de pedir una licencia sin sueldo para llevarla a la capital para que la viera un famoso doctor.
- Eh, Miguel! Te estuvieron llamando, Creo que algo relacionado con tu hija. Parece que no está bien. - dijo un señor regordete desde una oficina.
Salió corriendo hacia su viejo Seat
que levantó una polvareda al dejar las instalaciones. Las manos
aferradas al volante y la vista en el asfalto, pero su mente en Miri.
De pronto, algo se interpuso en su camino, algo que no pudo descifrar
si era un animal o una persona. Giró el volante con la intención de
esquivar “aquello” y el coche salió de la vía por una cuesta
interminable. Un fuerte golpe en la cabeza le hizo perder el
conocimiento.
Miguel abrió los ojos lentamente.
Todo estaba oscuro. Trató de incorporarse pero fue inútil. Estaba
atrapado en el interior del coche. No le preocupaba las heridas ni
los golpes pero se preguntaba mil veces cómo estaría su pequeña.
Por qué? Por qué Dios mío? Mi niña apenas ha visto el Mundo es
inocente de todo lo que le rodea. Por qué tiene que ser ella y no yo
el que sufra esa terrible enfermedad?- se preguntaba.
Al amanecer pudo darse cuenta de su
estado. Tenía una pierna sangrando, un trozo de hierro de la
carrocería le había cortado en el costado izquierdo y una herida en
la frente. Tenía que salir del coche! Con toda su fuerza y
soportando intensos dolores pudo trasladarse al asiento trasero. Una
vez allí, rompió a patadas el cristal de una puerta y pudo salir
por la ventana. Se tendió unos minutos en el piso. Estaba exhausto.
Con dificultad, había andado
cientos de metros cuando divisó un vivienda peculiar. Dos torres,
una en forma de lápiz y la otra como un rectángulo remataban la
parte superior. Parecía abandonada pero quería pensar que allí
viviera alguien para pedirle ayuda. Llamó repetidamente y no recibió
respuesta. La puerta, aunque estaba cerrada, cedió a un simple
empujón. Penetró en un oscuro salón despojado de todo
inmobiliario. Grande fue su decepción cuando comprobó que no había
nadie. Se disponía a salir cuando una voz le preguntó: “Qué
desea el señor?”
Hola! Estoy herido y necesito ayuda.
Mi hija se muere y quiero estar al lado de ella. Pero.. no lo veo.
La misteriosa voz, continuó: “No
hace falta que veas a tu hija. Ella está bien. Tú estás bien. La
vida sigue de diferentes formas. La muerte no existe”
Después, todo se esfumó.
La madre de Miri derramaba lágrimas
abrazada a los dos ataúdes, los compañeros de la mina y los vecinos
la acompañaban en el dolor.
Pedro Celestino Fernández Arregui
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