La tormenta
La tempestad, como siempre, se acercaba revolviendo las nubes negras y lanzando
rayos como un demonio furioso, El viento
se iba haciendo más fuerte arrastrando consigo esa humedad que se agradece en
medio del calor sofocante.
Mi madre hacía más de media hora, cuando las
nubes aún vestían de blanco, me había ordenado buscar agua. El pozo quedaba a
unos doscientos metros de la casa. Era un pozo pequeño y sin peligro pues
apenas llegaba a dos metros de profundidad y el agua no alcanzaba el metro pero
me daba pereza buscar el agua cuando me sentía bien jugando con pequeñas
piedras convertidas en piratas, indios, vikingos, vaqueros, en fin, los
personajes de las películas y los libros.
Me decidí a partir, para cumplir la tediosa
misión, en el preciso momento que grandes gotas de aguas se estrellaban contra
el guano seco del techo de la casa. Tomé el balde y salí disparado pensando en
aquel indio que corría esquivando los disparos de los soldados. Llegué al pozo
justo cuando alguien rasgó las nubes y
el agua se precipitó con fuerza. Me
resguardé de la fuerte lluvia debajo de un cedro que lamentablemente era poco
presumido y apenas mostraba hojas. MI pantalón corto, la única prenda que
llevaba encima se fue empapando y el frío penetraba la piel hasta provocarme
escalofríos y temblores. Murmurando,
condenaba a mi madre por haberme enviado a buscar agua y mis lágrimas se
confundían con las gotas de agua en mi rostro. La lluvia seguía cayendo con la
misma intensidad y el nivel del agua en el río, junto al pozo, iba subiendo
poco a poco. Llené mi vasija de agua y encaminé mis pasos hacia la casa. Los
pies descalzos resbalaban en el barro y la casa se iba alejando en lugar de
acercarse,
No sé la cantidad de agua que logré llevar. No
sé cuántos días estuve con fiebre pero nunca se me ha olvidado lo ocurrido y
cada vez que juego con mis soldados e indios les advierto que no me entretengan
mucho por si tengo que ir a buscar agua.
Pedro Celestino Fernandez Arregui
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